Paz (Jn. 20, 1-9)
Ante todo, ¡feliz Pascua! Hoy estamos celebrando el Domingo de Resurrección, con el que comienza el tiempo pascual. Durante cincuenta días tendremos en consideración meditativa el acontecimiento central de la fe cristiana: ¡Jesús resucitó! Durante esta Semana Santa hemos recordado la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Ramos), la última cena (Jueves Santo), su pasión y muerte en cruz (Viernes Santo) y, ahora, desde la luminosa noche de pascua (Vigilia Pascual), el triunfo de Jesús sobre la muerte. El resucitado es el crucificado; el que estaba muerto ha vuelto a la vida; el justo ha sido ajusticiado; desde el lugar de los muertos ha sido levantado.
Durante las últimas semanas en nuestro país hemos visto cómo ha recrudecido la violencia, en particular contra carabineros. Nos despertamos el jueves pasado con la desgarradora noticia de que el cabo primero Daniel Palma Yáñez murió asesinado, tras haber sido baleado a corta distancia por alguien que se resistió violentamente al control de su vehículo. Daniel estaba casado con la también carabinera Darline Vergara Troncoso. Ambos tienen un hijo de 4 años y esperaban el segundo. Todo Chile llora su muerte, así como ha llorado en menos de un mes la de Rita Olivares y Alex Salazar.
El mismo jueves por la mañana participé en la celebración de Jueves Santo en el programa San Luis Gonzaga para personas con discapacidad mental del Hogar de Cristo, en la comuna de La Granja. Habíamos invitado a la agrupación de cámara del orfeón nacional de Carabineros. Profundamente conmocionados por lo ocurrido hace pocas horas, no quisieron dejar de participar de este encuentro, aunque en razón del duelo, cambiaron su repertorio por uno menos festivo. A este encuentro se sumaron voluntarios de distintas organizaciones, también del equipo de la municipalidad, en una fiesta comunitaria que llenó de gratitud, en medio de estos momentos de dolor, el jardín de la residencia. Como repetición del gesto de Jesús, lavamos los pies de los acogidos del programa.
El evangelio que proclamamos hoy nos muestra a María Magdalena como primera testigo de la resurrección. Al alba se ha levantado para ungir el cuerpo inerte de Jesús, según su costumbre, como un último gesto de cariño. No está. “Se lo han llevado”, piensa. Al ir al encuentro de los demás discípulos de Jesús se transforma en la mensajera de una buena noticia, que poco a poco comenzarán a comprender.
Los acontecimientos trágicos nos pueden dejar en shock, con la emocionalidad a flor de piel, con el cansancio agotador del que desearía que todo esto no se tratara más que de un mal sueño. La muerte violenta de un ser querido deja un vacío difícil de llenar. La fe de la comunidad y la compañía cercana de gente querida pueden servir de consuelo, aunque el desgarro sea difícil de sanar y no se termine de comprender el sentido de lo vivido.
En este tiempo corremos algunos riesgos que pueden afectar lo duradero de la paz que anhelamos. Se me ocurren al menos tres riesgos, que hunden sus raíces en la emocionalidad del momento: el oportunismo político electoral, el populismo punitivo y el de la xenofobia, que haga pagar a justos por pecadores.
Pidamos la gracia de condolernos profundamente de la pérdida de la vida de Alex, Rita, Daniel, y también de quienes son víctimas de la violencia que se vive en muchas partes en nuestro país, al mismo tiempo que tengamos la cordura para robustecer nuestras instituciones con una mirada de largo aliento. Desde las emociones, el péndulo se puede mover abruptamente de un lado al otro, y eso no es bueno para la paz, que para que sea duradera, ha de ser fruto de la justicia.
Fragmento del Evangelio: “El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada” (Jn. 20, 1)
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.
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