Mientras escribo estas letras, en muchas partes comienza el carnaval. Una antigua tradición considera, ante el comienzo de la cuaresma el miércoles de ceniza –en tres días más– estos días de fiesta y desenfreno ante la inminencia del prolongado ayuno y penitencia al que se nos invitará para disponernos a la celebración de la Semana Santa.
El texto del Evangelio según san
Lucas que proclamamos hoy es, a diferencia de otros relatos, una colección de
frases de Jesús de Nazaret en su comunicación con sus discípulos. Son una
invitación a la humildad. A no apuntar a nadie rápidamente con el dedo. A ser
exigentes primeramente cada cual consigo mismo. A juzgar a las personas por el
fruto que dan. La pregunta de obertura es un concentrado de sabiduría: “¿Puede
un ciego guiar a otro ciego?”.
¿De qué forma estas enseñanzas
pueden iluminar nuestras vidas hoy? Hace algunos días estuvo todo Chile,
literalmente, a oscuras. Una falla en el sistema interconectado hizo “saltar
los tapones” y puso todo patas para arriba, con el Metro y los semáforos que
dejaron de funcionar, los enfermos electro dependientes en riesgo, el Festival
de Viña que debió suspenderse... Me llamó la atención la reacción de muchas
personas que, enojadas con razón, apuntaban a los eventuales responsables: las
empresas que debieran tener un protocolo eficaz y ágil; el coordinador que
tendría que tener mecanismos adecuados para reaccionar; el gobierno que debiera
vigilar oportunamente su funcionamiento; tantos permisos para las inversiones
necesarias para fortalecer el sistema que las demoran, y un cuánto más. Cierto
es que por un largo rato quedamos ciegos, sin información verídica sobre la razones
del problema. Esperemos que pronto se hagan públicas las causas del apagón, y
tendrán que ponerse los medios al más alto nivel para evitar una nueva falla
similar.
En otros ámbitos de nuestra vida
también parecemos estar ciegos. Deslumbrados por el relativo éxito, podemos
dejar de ver a quienes van quedando al lado del camino. Encandilados por las
luces del progreso, podemos creer erradamente que hemos logrado superar la
pobreza. Aturdidos por amenazas externas que percibimos –la migración
desbordada, por ejemplo–, metemos en el mismo saco de la “delincuencia” a
personas que son buenas y vienen a aportar. En algunos espacios me ha llamado la atención
lo rápido que tendemos a dar consejos, sin siquiera terminar de escuchar,
cuando alguien comparte un problema o un dolor.
Esa es otra forma de ceguera.
Les deseo que la cuaresma que
comienza este miércoles sea un tiempo propicio para pedir la conversión del
corazón. Que dejemos de lado todo aquello que nos hace crecer la soberbia y
crezcamos en humildad. Y que crezca en nosotros la conciencia de ser con los
demás, que nos necesitamos unos a otros, que somos una comunidad, y que siguiendo
los pasos y enseñanzas de Jesús alcanzaremos vida en plenitud. Que demos frutos
abundantes para el bien común y especialmente para los más pobres entre
nosotros.
Fragmento del evangelio: “Cada
árbol se reconoce por su fruto” (Lc. 6, 44)
De la abundancia del corazón habla la
boca.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas 6, 39-45
Jesús hizo esta comparación:
¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No
caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro;
cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en
el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes
decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”,
tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la
viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu
hermano.
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni
árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se
recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro
de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de
la abundancia del corazón habla la boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario