domingo, 2 de marzo de 2025

Apagón

Mientras escribo estas letras, en muchas partes comienza el carnaval. Una antigua tradición considera, ante el comienzo de la cuaresma el miércoles de ceniza –en tres días más– estos días de fiesta y desenfreno ante la inminencia del prolongado ayuno y penitencia al que se nos invitará para disponernos a la celebración de la Semana Santa.

              El texto del Evangelio según san Lucas que proclamamos hoy es, a diferencia de otros relatos, una colección de frases de Jesús de Nazaret en su comunicación con sus discípulos. Son una invitación a la humildad. A no apuntar a nadie rápidamente con el dedo. A ser exigentes primeramente cada cual consigo mismo. A juzgar a las personas por el fruto que dan. La pregunta de obertura es un concentrado de sabiduría: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”.

              ¿De qué forma estas enseñanzas pueden iluminar nuestras vidas hoy? Hace algunos días estuvo todo Chile, literalmente, a oscuras. Una falla en el sistema interconectado hizo “saltar los tapones” y puso todo patas para arriba, con el Metro y los semáforos que dejaron de funcionar, los enfermos electro dependientes en riesgo, el Festival de Viña que debió suspenderse... Me llamó la atención la reacción de muchas personas que, enojadas con razón, apuntaban a los eventuales responsables: las empresas que debieran tener un protocolo eficaz y ágil; el coordinador que tendría que tener mecanismos adecuados para reaccionar; el gobierno que debiera vigilar oportunamente su funcionamiento; tantos permisos para las inversiones necesarias para fortalecer el sistema que las demoran, y un cuánto más. Cierto es que por un largo rato quedamos ciegos, sin información verídica sobre la razones del problema. Esperemos que pronto se hagan públicas las causas del apagón, y tendrán que ponerse los medios al más alto nivel para evitar una nueva falla similar.

              En otros ámbitos de nuestra vida también parecemos estar ciegos. Deslumbrados por el relativo éxito, podemos dejar de ver a quienes van quedando al lado del camino. Encandilados por las luces del progreso, podemos creer erradamente que hemos logrado superar la pobreza. Aturdidos por amenazas externas que percibimos –la migración desbordada, por ejemplo–, metemos en el mismo saco de la “delincuencia” a personas que son buenas y vienen a aportar.  En algunos espacios me ha llamado la atención lo rápido que tendemos a dar consejos, sin siquiera terminar de escuchar, cuando alguien comparte un problema o un dolor.

Esa es otra forma de ceguera.

              Les deseo que la cuaresma que comienza este miércoles sea un tiempo propicio para pedir la conversión del corazón. Que dejemos de lado todo aquello que nos hace crecer la soberbia y crezcamos en humildad. Y que crezca en nosotros la conciencia de ser con los demás, que nos necesitamos unos a otros, que somos una comunidad, y que siguiendo los pasos y enseñanzas de Jesús alcanzaremos vida en plenitud. Que demos frutos abundantes para el bien común y especialmente para los más pobres entre nosotros.

 

 

Fragmento del evangelio: “Cada árbol se reconoce por su fruto (Lc. 6, 44)

 

De la abundancia del corazón habla la boca.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 39-45

Jesús hizo esta comparación:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

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