Conversión (Lc. 13, 1-9)
Ya nos encontramos en el tercer domingo de cuaresma.
Ha comenzado, en el hemisferio sur, el otoño. Comienzan a ser los días más
breves que las noches. El implacable tiempo avanza, y nos urge a hacer lo que
tenemos que hacer, aquí y ahora. No hay momento que perder. Sin horizonte hacia
el que caminar, ni proyecto que concretar, la vida puede ser poco más que una
sucesión de días, rutina que agota y corre el riesgo de ser muy poco fecunda.
El texto del Evangelio según san Lucas que
proclamamos hoy es una exhortación a la conversión: desde una vida infecunda a
una que dé frutos. En la tradición espiritual cristiana se ha hablado de un
doble movimiento al referirnos a la conversión. El primero sería la “conversión
de”, y el segundo, quizás más importante aún, la “conversión para”.
Pidamos la gracia de la “conversión de” todo aquello
que nos impide encontrarnos verdaderamente con Dios y con quienes viven a
nuestro lado; dejemos atrás las prácticas o las omisiones cotidianas que tengan
algún asomo de pecado. Puede ser útil mirar, para un examen de conciencia, la
lista de los llamados pecados capitales: ira, pereza, lujuria, envidia,
avaricia, gula, soberbia. ¿Dónde te aprieta el zapato? ¿Dónde flaquea tu
voluntad? ¿En qué situaciones le haces daño a otros o incluso a ti mismo?
Requerimos también la “conversión para”. Se trata de
transformar nuestras vidas para más amar y servir, a Dios, al prójimo, a uno mismo.
Puede servir considerar, en contraposición a los pecados del párrafo anterior,
las virtudes: paciencia, laboriosidad, castidad, caridad, generosidad,
templanza, humildad. ¿En cuál de ellas te sientes llamado a crecer? ¿Qué nuevos
hábitos sería bueno cultivar? ¿Qué deseo de bien está inscrito en tu corazón y
que requiere un cauce por dónde fluir?
En ambos casos, al hacer un examen de conciencia, es
conveniente tener en cuenta los distintos aspectos de nuestra vida: la
dimensión familiar o de amistades; la del trabajo o estudios; la de la vida
espiritual; la participación en la comunidad; el vínculo con el medio ambiente,
y más. Y puesto que podemos tender al autoengaño, puede ser de ayuda conversar
de estos asuntos con alguien que nos conozca y nos ayude a ver nuestros puntos
ciegos. Hoy a eso le llaman coach y
poniéndole el nombre que queramos es una buena estrategia, cuando queremos
hacer algún cambio en nuestras vidas, compartir el propósito. Si el tiempo y la
devoción te alcanzan, acércate a una Iglesia y pide celebrar el sacramento de
la reconciliación. Es una de las invitaciones que se nos hace especialmente en
este año jubilar.
Entre quienes nos decimos seguidores de Jesús la
actitud fundamental debiera ser la de estar abiertos a la novedad siempre
renovadora del Espíritu, que nos puede hacer abrir los ojos a la realidad y
necesidades de quienes viven a nuestro alrededor, y también a nuevas
posibilidades para nuestras propias vidas. El ciclo anual de celebración de la
cuaresma, que nos introduce en el misterio central de nuestra fe que
celebraremos en la semana santa, puede ser un buen tiempo de poda. Dejemos
atrás lo que es impedimento para más amar, y abracemos aquello que nos acerca más
a Jesús y la plenitud de vida que nos ofrece: esa es la meta de vencer los
vicios y abrazar las virtudes, no un mero afán de perfección ni solo un
ejercicio de la voluntad, sino el encuentro transformador con quien es la
fuente de todo bien.
Fragmento del evangelio: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella
y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás” (Lc. 13, 9)
ACLAMACIÓN AL Evangelio Mt 4, 17
“Conviértanse,
porque el Reino de los Cielos está cerca”, dice el Señor.
Evangelio
Si no se convierten, todos acabarán de la misma
manera.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 13, 1-9
En cierta ocasión se presentaron unas personas que
comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con
la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:
“¿Creen
ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los
demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la
misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se
desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten,
todos acabarán de la misma manera”.
Les dijo también esta parábola: “Un
hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los
encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos
en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?”
Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año;
yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé
frutos en adelante. Si no, la cortarás””.
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