Paradojas (Lc. 19, 28-40)
Hoy, con el Domingo de Ramos, entramos de lleno a la Semana
Santa en que se nos invita a conmemorar, un año más, la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús de Nazaret. Es el único domingo del año en que se
proclaman, durante la celebración de la Eucaristía, dos textos del evangelio.
El primero relata la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, e idealmente debe
ser leído en algún lugar cercano al templo donde se congrega la comunidad. El
segundo, tras la procesión con los ramos y ya adentro del templo, relata su
Pasión.
Si toda la vida de Jesús es, en cierto sentido, una gran
paradoja, en este domingo la paradoja es total. Afirmamos que Dios se ha hecho
hombre en Jesús. El Todopoderoso se muestra frágil. El Ser Eterno se hace
tiempo y finitud. ¿Cómo puede ser esto? Entrando en los relatos, somos testigos
de otras paradojas: la multitud que aclama a Jesús con palmas como quien recibe
al Rey-Mesías, pocos días después dirá a una sola voz: “¡Crucifícalo!”. El que
era recibido triunfalmente a la entrada de la ciudad, será luego condenado y
derrotado, coronado de espinas, torturado y clavado en cruz, para morir en las
afueras de la ciudad. Pedro le jurará fidelidad eterna y a las horas lo
traicionará, negando que lo conoce, para salvar el pellejo. Quien se sabía
amado y muy cercano a su padre Dios, le susurra desesperado: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”
La vida entera de Jesús, y en particular los pasajes de los
evangelios que iluminan estos días santos, son espejo de nuestra propia vida. ¿Quién
no se ha sentido así abandonado ante alguna situación penosa y difícil? ¿Quién
no ha confundido lo que está bien con lo que le conviene? Se ha dicho que los
evangelios no son más que relatos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús,
con una introducción más o menos larga que da cuenta de su vida, los milagros
realizados, las enseñanzas comunicadas a sus discípulos y la oposición
creciente que despierta en los grupos dirigentes, tanto políticos como religiosos,
que lo llevan a un desenlace fatal en Jerusalén. Quienes queremos seguir los
pasos de Jesús hemos de saber que en algún momento algo similar nos debiera
ocurrir, en fidelidad a sus enseñanzas.
En esta semana seremos testigos una vez más de la fuerza
destructora del mal y la violencia, del daño que provoca el poder ejercido sin
contrapesos, de la ambición desenfrenada que lleva a traicionar, del miedo que
inmoviliza y hace tomar distancia ante una injusticia flagrante. Y al mismo
tiempo de la fuerza redentora de una vida entregada por amor.
Hemos sido testigos este último tiempo de una polémica en torno
al feriado por Viernes Santo, también atravesada por paradojas o valores
aparentemente contradictorios. Un día de recogimiento y reflexión, también de
descanso y encuentro en familia, puede ser un día de ventas ganadas o pérdidas
para el retail. ¿A qué queremos darle más valor en nuestras vidas?
Les invito a aprovechar de buena forma esta Semana Santa, a
cuidar aquello que es fundamental. Puede ser esta una ocasión de volver a
participar en la vida de la comunidad, tan debilitada durante la pandemia. O de
ir a ver a alguien que pensamos está solo, ejercitando una obra de
misericordia. Volvamos a las Iglesias. Llevemos a los niños a las distintas
celebraciones, que son muy elocuentes, hablan por sí mismas, y nos mostrarán lo
medular de la fe cristiana: Jesús por fidelidad a su misión se presenta como
servidor de la humanidad, ofrece su vida por amor, y desde la muerte y el
sufrimiento más brutal, es levantado para iluminar nuestros pasos. Abrámonos a
la esperanza de que Dios conduce la historia y a nosotros en ella, aunque las
paradojas presentes en nuestra comprensión de la realidad no nos permitan ver
por ahora hacia donde nos lleva.
Fragmento de la Escritura “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal. 21)
EVANGELIO. Entrada triunfal de Jesús a Jerusalén
Lc 19, 28-40
Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a
Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de
los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que
está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado
todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: «¿Por qué lo
desatan?», respondan: «El Señor lo necesita»».
Los enviados partieron y encontraron todo como él
les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo
desatan?». y ellos respondieron: «El Señor lo necesita».
Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y,
poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la
gente extendía sus mantos sobre el camino.
Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte
de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a
Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito
sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las
alturas!».
Algunos fariseos que se encontraban entre la
multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Pero él respondió:
«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».
Palabra del Señor
EVANGELIO. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
He deseado ardientemente comer esta Pascua con
ustedes antes de mi Pasión.
Lucas 22, 7. 14—23, 56
C. Llegó
el día de los Ázimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue
la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
+ “He
deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque
les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en
el Reino de Dios”.
C. Y
tomando una copa, dio gracias y dijo:
+ “Tomen
y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más
del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.
C. Luego
tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ “Esto
es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
C. Después
de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
+ “Esta
copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. La
mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va
por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”
C. Entonces
comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer
eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más
grande. Jesús les dijo:
+ “Los
reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el
pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al
contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que
gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa
o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, Yo estoy
entre ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han permanecido siempre
conmigo en medio de mis pruebas. Por eso Yo les confiero la realeza, como mi
Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa,
y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón,
mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero Yo he
rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto,
confirma a tus hermanos”.
C. Pedro
le dijo:
S. “Señor,
estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.
C. Pero
Jesús replicó:
+ “Yo
te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces
que me conoces”.
C. Después
les dijo:
+ “Cuando
los envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?”
C. Respondieron:
S. “Nada”
C. Él
agregó:
+ “Pero
ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la
lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una.
Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: “Fue
contado entre los malhechores”. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.
C. Ellos
le dijeron:
S. “Señor,
aquí hay dos espadas”.
C. Él
les respondió:
+ “Basta”.
C. Enseguida
Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de
susdiscípulos. Cuando llegaron, les dijo:
+ “Oren,
para no caer en la tentación”.
C. Después
se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de
rodillas, oraba:
+ “Padre,
si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya”.
C. Entonces
se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia,
Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían
hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus
discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:
+ “¿Por
qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
C. Todavía
estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba
Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:
+ “Judas,
¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”
C. Los
que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
S. “Señor,
¿usamos la espada?”
C. Y
uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la
oreja derecha. Pero Jesús dijo:
+ “Dejen,
ya está”.
C. Y
tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes
de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:
+ “¿Soy
acaso un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con
ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el
poder de las tinieblas”.
C. Después
de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de
lejos.Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro
se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró
fijamente y dijo:
S. “Éste
también estaba con Él”.
C. Pedro
lo negó diciendo:
S. “Mujer,
no lo conozco”.
C. Poco
después, otro lo vio y dijo:
S. “Tú
también eres uno de aquellos”.
C. Pero
Pedro respondió:
S. “No,
hombre, no lo soy”.
C. Alrededor
de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:
S. “No
hay duda de que este hombre estaba con Él; además, él también es galileo”.
C. Dijo
Pedro:
S. “Hombre,
no sé lo que dices”.
C. En
ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose
vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho:
“Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Y saliendo
afuera, lloró amargamente.
C. Los
hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el
rostro, le decían:
S. “Profetiza,
¿quién te golpeó?”
C. Y
proferían contra Él toda clase de insultos.
C. Cuando
amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos
sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:
S. “Dinos
si eres el Mesías”.
C. Él
les dijo:
+ “Si
Yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán.
Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios
todopoderoso”.
C. Todos
preguntaron:
S. “¿Entonces
eres el Hijo de Dios?”
C. Jesús
respondió:
+ “Tienen
razón, Yo lo soy”.
C. Ellos
dijeron:
S. “¿Acaso
necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.
C. Después
se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
C. Y
comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. “Hemos
encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole
pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.
C. Pilato
lo interrogó, diciendo:
S. “¿Eres
Tú el rey de los judíos?”
+ “Tú
lo dices”.
C. Le
respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. “No
encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.
C. Pero
ellos insistían:
S. “Subleva
al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado
hasta aquí”.
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era
galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes,
se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacia
tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y esperaba que
hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no
le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban
allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes
y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo
cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo
día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
C. Pilato
convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. “Ustedes
me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión.
Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena
en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a
este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.
Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
C. Pero
la multitud comenzó a gritar:
S. “¡Qué
muera este hombre! ¡ Suéltanos a Barrabás!”
C. A
Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y
por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner
en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. “¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!”
C. Por
tercera vez les dijo:
S. “¿Qué
mal ha hecho este hombre? No encuentro en Él nada que merezca la muerte.
Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”
C. Pero
ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se
hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del
pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por
sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando
lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo
cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos
del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se
lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
+ “¡Hijas
de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.
Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los
vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a
las montañas: “¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: “¡Sepúltennos!” Porque
si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”
C. Con
Él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
C. Cuando
llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
+ “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
C. Después
se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. El
pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. “Ha
salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el
Elegido!”
C. También
los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le
decían:
S. “Si
eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”
C. Sobre
su cabeza había una inscripción: “Este es el rey de los judíos”.
C. Uno
de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. “¿No
eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
C. Pero
el otro lo increpaba, diciéndole:
S. “¿No
tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos
justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo”.
C. Y
decía:
S. “Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.
C. Él
le respondió:
+ “Yo
te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
C. Era
alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra
hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús,
con un grito, exclamó:
+ “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu”.
C. Y
diciendo esto, expiró.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve
silencio de adoración.
C. Cuando
el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. “Realmente
este hombre era un justo”.
C. Y
la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo
sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo
habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
C. Llegó
entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había
disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad
de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo
colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido
sepultado.
Era
el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían
venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron
cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y
perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
Palabra
del Señor
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