Ha muerto el papa Francisco. Con él se ha marcado un momento epocal muy importante en el seno de la Iglesia Católica, iniciado tal vez en el Concilio Vaticano II. Este ha sido un acontecimiento de verdadera mundialización de la Iglesia y de apertura a la modernidad. Con Francisco – Jorge Mario Bergoglio, argentino, jesuita, por años Arzobispo de Buenos Aires – se ha dado concreción a la valoración de las iglesias locales; a un estilo de comunidad más parecido a una mesa en la que caben todos y menos a una monarquía; a alguien que habla el lenguaje de la misericordia y no del castigo o la opresión, entre muchas otras cosas.
Tengo
cinco recuerdos personales que me permito compartir en este momento. Cada cual
tendrá los suyos.
El primero
al momento de su elección el año 2013. Trabajaba entonces como director del Centro
Universitario Ignaciano de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago de Chile.
Mucha gente comenzó a felicitarme. “Que
bueno que eligieron a un papa jesuita”, decían. Yo, consciente de todas las
tensiones vividas en su tiempo de provincial de Argentina décadas atrás, no
atinaba más que a mirar con algo de sorpresa. Los gestos que Francisco hizo
esos días al asumir – precisamente elegir el nombre del santo de Asís, pedir la
bendición al pueblo antes que ofrecerla, presentarse como obispo de Roma,
llamar por teléfono a la curia general de la Compañía de Jesús y hablar con el
portero para pedir hablar con el padre General, y más - calmaron en parte mis
temores y me abrieron con esperanza a su pontificado.
Un segundo
momento ha sido la realización de la Congregación General 36 de la Compañía
deJesús, en octubre de 2016. Adolfo Nicolás había renunciado a ser superior
general de los jesuitas por razones de salud, entonces se inició la
convocatoria para elegir al nuevo sucesor de Ignacio de Loyola. Yo estudiaba
por esos días en Roma, y me invitaron a sumarme al equipo de liturgia y música
de la reunión. Algunos días después de la elección de Arturo Sosa, nos visitó
Francisco. Se presentó humildemente como sumo pontífice en la que había sido su
casa por tanto tiempo, y volviendo a las fuentes de nuestra espiritualidad nos
animó a seguir adelante con nuestra misión de servicio de la fe y promoción de
la justicia que esa fe exige. Con mis compañeros jesuitas músicos nos
autodenominamos: “la bandita de Francisco”.
Otro recuerdo imborrable ha sido su visita a Chile en enero de 2018. Aunque no pude participar presencialmente, pues me encontraba en Salamanca, España, realizando la tercera probación, su presencia en Chile fue muy significativa. Con menos expectación que la de Juan Pablo II en 1987, y en medio de una crisis mayúscula por el modo como se habían tratado en Chile los casos de abuso en la Iglesia – y también en la Compañía de Jesús en ella – fue una visita muy remecedora que ha marcado un antes y un después. Escribí entonces en el Blog “Cristianismo y Justicia” una reseña de los distintos momentos y discursos de su visita (enlace). Los más significativos, recuerdo, han sido aquellos en los que Francisco apenas ha hablado: la visita a la Cárcel de Mujeres en la comuna de San Joaquín – espacio muy querido que he podido visitar varias veces – y el encuentro con Cristo pobre en el santuario de san Alberto Hurtado. “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”, sugieren los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Así fue.
En cuarto
lugar, en noviembre de 2019, celebramos los 50 años del Secretariado para la
Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús con un congreso en Roma.
Tuve el regalo de representar a Chile, en tanto que delegado del provincial
para el apostolado social y capellán general del Hogar de Cristo. Vinimos de
todas partes del mundo a encontrarnos, jesuitas y colaboradores laicos, y
tuvimos el regalo de que Francisco nos recibiera en audiencia. Sus palabras nos
llenaron de entusiasmo, en sintonía con su encíclica Laudato Si – que cumplirá
10 años este 2025 – y con la más reciente Fratelli Tutti. Su enseñanza nos ha
marcado el camino, particularmente en la consideración de la crisis socio
ambiental en la que estamos y en los anhelos de fraternidad universal que están
inscritos en el cristianismo. Le pude regalar un ejemplar del libro “Ciudad
somos todos” que habíamos editado tiempo atrás y también “Migración en Chile” y
le pedí un autógrafo, precisamente de mi ejemplar de Laudato Si. Algunas
semanas después me llegó una carta agradeciendo estos libros, un gesto que no
era necesario pero que atesoro hasta el día de hoy.
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