domingo, 27 de julio de 2025

Pidan

Pidan (Lc. 11, 1-13)

La súplica de los discípulos de Jesús en el Evangelio de Lucas –“Señor, enséñanos a orar” – resuena en nuestros oídos. Jesús les ofrece una oración sencilla, concreta y poderosa: el Padre Nuestro. Y enseguida agrega una interpelación a la acción: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.

Estamos en año de elecciones y, con ello, suele desatarse una avalancha de pedidas. Todos piden: unos piden votos; otros cambios profundos; cada cual pide según su propio interés; juntos debiéramos pedir cuidar el bien común. Total, en pedir no hay engaño.

Entre tanto ruido, emergen datos que duelen, y mucho. Hace algunas semanas conocimos la propuesta de actualización del modo como se mide la línea de pobreza, y lo que parecía un avance –haber bajado al 6.7% de pobreza por ingresos– se revela como un cierto espejismo. Con la nueva metodología, ese número llega al 22.3%. Una de cada cinco personas en Chile. No es que más personas se empobrecieran de la noche a la mañana, sino que ahora lo evaluamos mejor.

Como sociedad, cuando pareciera que el germen del individualismo nos ha enfermado de autosuficiencia, podríamos paralizarnos frente a esas cifras. O bien podríamos, como los discípulos, volver a lo esencial: pedir, en el sentido profundo de una súplica que nace de la necesidad, de la conciencia de lo que somos y lo que nos falta.

Recordé una antigua performance de Mauricio Redolés con repeticiones sucesivas de “¡No tengo!”. Redolés retrata la fragilidad de las promesas y estrategias en tiempo de campaña electoral, así como la tentación de las apariencias sin sustento. “No tengo, pero si tuviera, para no convidarles, les diría que no tengo”. Como país, muchas veces hemos vivido así: negando lo que tenemos, o utilizando indicadores que tranquilizan más que interpelan.

En el Evangelio, Jesús no niega la necesidad. No dice “confórmense”, ni “aguántense”, ni “no molesten”. Dice: pidan. O sea, reconozcan su interdependencia, atrévanse a nombrar sus anhelos, expongan sus heridas. Y cuando enseña a orar, pone en sus labios peticiones tan básicas como el pan de cada día, el perdón de las ofensas, la fuerza para no caer en la tentación. Es una invitación a una espiritualidad profundamente encarnada, profundamente humana.

En el Hogar de Cristo, lo vemos a diario. Gente que pide. No sólo comida o techo, sino escucha, respeto, acogida. Y no se trata de caer en un paternalismo humillante, sino del gesto más profundamente humano: decirle al otro “te necesito”. Pedir implica también abrirse a la respuesta del otro, iniciar una conversación. Cuando pedimos, nos reconocemos vulnerables y necesitados. Reconocer nuestra común vulnerabilidad puede ser camino para construir una verdadera comunidad.

Quizás este tiempo electoral sea una ocasión para volver a pedir bien. No pedir más promesas vacías, ni soluciones fáciles, ni repetir lo mismo esperando resultados distintos. Pedir una política que mire a los más pobres con honestidad, que ofrezca caminos para ampliar sus posibilidades y capacidades a una vida mejor, y también que no maquille las cifras. La buena noticia es que pedir no es inútil. Lo dice el mismo Jesús: pidan y se les dará. Claro, no siempre la respuesta puede ser de inmediato ni exactamente como esperamos. Pero lo esencial viene de la fe de sabernos hijos, del mejor sabor que tiene el pan compartido, de ir forjando una comunidad que acoge, y la esperanza que se renueva todas las veces que las personas se congregan para orar.

 

Evangelio

Pidan y se les dará

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 1-13

 

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.

Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. 

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”

Palabra del Señor


domingo, 6 de julio de 2025

En Misión

Este domingo, el Evangelio nos muestra a Jesús enviando de dos en dos a sus discípulos. Es una escena luminosa, en perspectiva de sinodalidad: todos hemos de comprendernos en misión. No solo es asunto del papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas. La misión comienza con el anuncio de la paz. Les dice Jesús: “Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. No es este un saludo trivial, sino una oferta real. La paz es don de Dios, y también tarea humana: se ofrece, pero debe ser acogida y construida, como quien va urdiendo una red.

¿Puede acogerse hoy esa paz en un Chile marcado por la desconfianza, la polarización y el miedo? El Evangelio responde con una convicción fuerte: sí, si reconocemos que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros. Pero para verlo, hay que cambiar la forma de mirar y de caminar. Jesús no envía a sus discípulos con seguridades. Les pide ir sin dinero, sin provisiones, sin calzado, haciéndose totalmente dependientes de la hospitalidad de los demás. En vez de acumular poder o provisiones, he aquí un llamado a confiar en la providencia.

Esto es profundamente contracultural. En tiempos en que se valora con razón la autonomía y la autosuficiencia, Jesús propone el abandono confiado. Los discípulos —también quienes nos decimos cristianos, discípulos de Jesús hoy— estamos llamados a vivir desde la sencillez, abiertos a todo encuentro, sabiendo que la paz no se impone, sino que se ofrece. Lo interesante, insisto, es que esta misión no está reservada a unos pocos: el número setenta y dos sugiere totalidad. Cada uno de nosotros ha de comprenderse formando parte de los discípulos enviados, cerca de donde vive, como testigo del Reino. En el marco del Jubileo que estamos viviendo este año 2025, es tiempo de ponerse a caminar, y cruzar las puertas santas que están en algunos templos, pero también en cada periferia.

La misión no consiste en “convertir al otro”, sino en compartir la alegría de una vida nueva. El Reino no es un lugar lejano ni un futuro incierto: es una presencia que se hace visible en cada gesto amoroso de hospitalidad, misericordia, acogida y perdón. Cuando los discípulos regresan, emocionados por los frutos de su misión, Jesús les responde con palabras desconcertantes: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal retrocede cuando la paz se siembra, anuncia y vive.

Pero enseguida Jesús les enseña, con sabiduría: “No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. No se trata por tanto solo de resultados, ni de aparentes éxitos visibles, si no de cultivar el sentido de pertenencia. De saber que somos amados, sostenidos y enviados, en esta tierra y con la vista puesta en el cielo. La verdadera alegría nace de descubrirnos hijos e hijas, no siervos; hermanos y hermanas, no adversarios. Con todos, todos, todos.

En medio de las tensiones sociales que vivimos, de la crisis de confianza en las instituciones y del sufrimiento de tantos, en este año de elecciones presidenciales y parlamentarias, este Evangelio nos ofrece un camino, que no es ni mágico ni instantáneo. Nos invita a una conversión misionera. A caminar ligeros, confiados, abiertos a los demás, sin temor. A sabernos enviados con una palabra buena que sembrar. Y a descubrir que, aun en medio de las aparentes oscuridades y desesperanzas, el Reino de Dios ya está en medio nuestro.

Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.” (Lc. 10, 5-6)

 

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12. 17-20

 El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad”.

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.