Pidan (Lc. 11, 1-13)
La súplica de los discípulos de Jesús
en el Evangelio de Lucas –“Señor, enséñanos a orar” – resuena en nuestros oídos.
Jesús les ofrece una oración sencilla, concreta y poderosa: el Padre Nuestro. Y
enseguida agrega una interpelación a la acción: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se
les abrirá”.
Estamos en año de elecciones y, con
ello, suele desatarse una avalancha de pedidas. Todos piden: unos piden votos;
otros cambios profundos; cada cual pide según su propio interés; juntos debiéramos
pedir cuidar el bien común. Total, en pedir no hay engaño.
Entre tanto ruido, emergen datos que
duelen, y mucho. Hace algunas semanas conocimos la propuesta de actualización
del modo como se mide la línea de pobreza, y lo que parecía un avance –haber
bajado al 6.7% de pobreza por ingresos– se revela como un cierto espejismo. Con
la nueva metodología, ese número llega al 22.3%. Una de cada cinco personas en
Chile. No es que más personas se empobrecieran de la noche a la mañana, sino
que ahora lo evaluamos mejor.
Como sociedad, cuando pareciera que el
germen del individualismo nos ha enfermado de autosuficiencia, podríamos
paralizarnos frente a esas cifras. O bien podríamos, como los discípulos,
volver a lo esencial: pedir, en el sentido profundo de una súplica que nace de
la necesidad, de la conciencia de lo que somos y lo que nos falta.
Recordé una antigua performance de
Mauricio Redolés con repeticiones sucesivas de “¡No tengo!”. Redolés retrata la
fragilidad de las promesas y estrategias en tiempo de campaña electoral, así
como la tentación de las apariencias sin sustento. “No tengo, pero si tuviera,
para no convidarles, les diría que no tengo”. Como país, muchas veces hemos
vivido así: negando lo que tenemos, o utilizando indicadores que tranquilizan
más que interpelan.
En el Evangelio, Jesús no niega la
necesidad. No dice “confórmense”, ni “aguántense”, ni “no molesten”. Dice: pidan. O sea, reconozcan su interdependencia, atrévanse a
nombrar sus anhelos, expongan sus heridas. Y cuando enseña a orar, pone en sus labios
peticiones tan básicas como el pan de cada día, el perdón de las ofensas, la
fuerza para no caer en la tentación. Es una invitación a una espiritualidad
profundamente encarnada, profundamente humana.
En el Hogar de Cristo, lo vemos a
diario. Gente que pide. No sólo comida o techo, sino escucha, respeto, acogida.
Y no se trata de caer en un paternalismo humillante, sino del gesto más
profundamente humano: decirle al otro “te necesito”. Pedir implica también abrirse
a la respuesta del otro, iniciar una conversación. Cuando pedimos, nos reconocemos
vulnerables y necesitados. Reconocer nuestra común vulnerabilidad puede ser camino
para construir una verdadera comunidad.
Quizás este tiempo electoral sea una
ocasión para volver a pedir bien. No pedir más promesas vacías, ni soluciones
fáciles, ni repetir lo mismo esperando resultados distintos. Pedir una política
que mire a los más pobres con honestidad, que ofrezca caminos para ampliar sus
posibilidades y capacidades a una vida mejor, y también que no maquille las
cifras. La buena noticia es que pedir no es inútil. Lo dice el mismo Jesús: pidan y se les dará.
Claro, no siempre la respuesta puede ser de inmediato ni exactamente como esperamos.
Pero lo esencial viene de la fe de sabernos hijos, del mejor sabor que tiene el
pan compartido, de ir forjando una comunidad que acoge, y la esperanza que se
renueva todas las veces que las personas se congregan para orar.
Evangelio
Pidan y
se les dará
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 1-13
Un día,
Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le
dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les
dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga
tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes
caer en la tentación”.
Jesús
agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a
medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos
llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde:
“No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos
acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que, aunque él no
se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su
insistencia y le dará todo lo necesario.
También
les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se
le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando
le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes,
que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del
cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”
Palabra
del Señor
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