domingo, 7 de septiembre de 2025

Seguimos

El evangelio de este domingo nos sitúa frente a la radicalidad del seguimiento de Jesús. La escena es elocuente: una multitud seguía sus pasos, fascinada por sus palabra y gestos, y Él, en lugar de aprovechar la popularidad, los millares de seguidores, se da vuelta y les pone condiciones exigentes. No se trata de sumar muchos adeptos ni de cautivar simpatizantes, sino de mostrar la seriedad del camino. El discípulo, dice Jesús, ha de ponerlo en primerísimo lugar, incluso por encima de vínculos tan robustos como los de la propia familia. Ha de cargar con su cruz y calcular los costos antes de emprender la obra.

No es una invitación ligera. Jesús quiere discípulos lúcidos, no ilusionados. Nos recuerda que la vida no se construye con improvisaciones ni con entusiasmos pasajeros. La fe requiere perseverancia, renuncia y un realismo que evite la ingenuidad. Sin embargo, al mismo tiempo nos advierte de algo esencial: nuestras propias fuerzas no bastan. Si confiamos solo en nosotros mismos, corremos el riesgo de empezar la torre y no poder terminarla. La fe cristiana nos abre los ojos a la verdad más honda: la vida es don, gracia recibida, ayuda de Dios y de los demás.

Esta enseñanza evangélica resuena con fuerza en medio de un año electoral. Nos rodean promesas abundantes que, a menudo, no se hacen cargo de los límites ni de las condiciones reales del país. Escuchamos discursos que ofrecen soluciones rápidas, sin medir del todo los costos ni reconocer fragilidades. Como ciudadanos, necesitamos políticos que digan la verdad, que asuman con humildad que el bien común se construye de manera colectiva y con renuncias compartidas, no con slogans vacíos.

En el Hogar de Cristo y otras organizaciones de inspiración cristiana lo experimentamos día a día. Acompañar a quienes viven la exclusión no es fruto de un voluntarismo heroico, ni de un puñado de buenas intenciones. Es una obra que se sostiene gracias a la generosidad de muchos, a la confianza en la fuerza de Dios y a la perseverancia humilde en medio de la precariedad. Descubrimos que la radicalidad de Jesús no es un imposible reservado para unos pocos, sino la invitación a abrirnos al don que no podemos inventar. Seguirlo no es presumir de fuerzas propias, sino confiar en que su gracia completa nuestra debilidad.

Quizás, en este tiempo, lo que más necesitamos no es escuchar nuevas promesas, sino recuperar la esperanza realista y humilde que brota de reconocer nuestros límites y, a la vez, nuestra capacidad de ayudarnos mutuamente. La radicalidad evangélica nos recuerda que no podemos solos, y que solo desde la interdependencia, la verdad y la solidaridad se edifica una sociedad más justa.

Y mientras miramos con esperanza el futuro, también esperamos en pocas semanas la primavera y las Fiestas Patrias que se acercan. Son un tiempo para celebrar la vida, para reencontrarnos con nuestra tierra, con nuestras tradiciones y con la alegría compartida. Que este septiembre nos ayude a recordar que las grandes obras, en la fe, la Iglesia y la sociedad, se construyen juntos, con la confianza puesta en Dios y en los demás.

“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” Lc. 14-33

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 25-33

Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. 

 

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