domingo, 13 de mayo de 2018

¿Por qué siguen mirando al cielo?

En la hospedería del Hogar de Cristo en Castro conocí la historia de Bam Bam: hace algún tiempo murió en la calle y fue llevado al Servicio Médico Legal. Como no había quien fuera a reclamar su cuerpo, las trabajadoras de la hospedería se organizaron para sacarlo de ahí; juntar algo de dinero y comprar una urna; llorarlo y velarlo con sus amigos en la capilla de la misma hospedería y, finalmente, darle sepultura. Concurrieron voluntades y, aunque demoraron más de lo que hubieran querido, lo consiguieron.

En el caso de Joanne Florvil, la madre haitiana que murió en medio de la desesperación al ser acusada de haber abandonado a su guagüita, pasaron siete meses para que se pudiera celebrar su funeral. Su marido y su hijita se despidieron de Joanne el domingo pasado, días antes que su cuerpo partiera donde el resto de su familia en Haití.

En ambos casos, el de BamBam y el de Joanne, la muerte no ha tenido la última palabra. 

Reconocer la dignidad de cada persona en la vida y en la muerte, y actuar en consecuencia, es parte de la misión entregada por Jesús a sus discípulos. Y una vez mas cobra vigencia la pregunta que hiciera el Padre Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, lema orientador del próximo Congreso Eucarístico. Aunque rogando al cielo, la respuesta que podamos dar nos ha de encontrar con los pies bien puestos en la tierra.

En este Tiempo Pascual hemos hecho memoria agradecida de los pasos de las primeras comunidades cristianas. Después del estupor y desconsuelo de haber visto morir en la Cruz a su Maestro, los discípulos comenzaron de a poco a comprender lo que había ocurrido: la muerte no había tenido la última palabra y, tras el encuentro con Jesús resucitado, continuaron con la misión.

El desafío de tener una misión transforma a los discípulos en apóstoles: desde ser aprendices del maestro a enviados por todo el mundo a anunciar y vivir aquello que han visto y oído. Hay aquí una invitación a tener los sentidos muy abiertos. Los sentidos exteriores, para captar en un mundo cambiante los nuevos lugares y fronteras a los que acudir; y también los sentidos interiores, para recuperar la tradición recibida y, que por distintas razones, ha ido quedando como letra muerta en los estantes.

En otra de las lecturas de hoy Jesús pregunta “¿Por qué siguen mirando al cielo?”(Hch. 1, 11). Esta interrogante es una llamada de atención a todos quienes queremos seguir a Jesús. Y nos hace preguntarnos nuevamente ¿de qué se trata la misión? Aunque con la mirada puesta en la vida eterna y futura,  en fidelidad a las enseñanzas del Maestro, debemos preguntarnos cómo construimos y habitamos la ciudad temporal y terrenal. En sus calles y barrios, edificios y plazas, fábricas, oficinas y escuelas. En Castro, en Santiago o en Lo Prado, donde fue detenida Joanne y comenzó su calvario.

Y si por alguna razón estamos un tanto desorientados, las obras de misericordia son un buen punto de partida. Desde el “tuve hambre, ¿me diste de comer?” hasta el “era extranjero, ¿me acogiste?” (Mt. 25, 31ss), pasando por soportar con paciencia los defectos del prójimo, hasta el enterrar a los difuntos y orar por ellos, todos podemos hacer que la misión dada por Jesús se realice hoy.

 

“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”. (Marcos. 16, 15-20).

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