domingo, 12 de abril de 2020

Ante la tumba vacía


Ante la tumba vacía (Jn. 20, 1-9)
La muerte se ha acercado a nuestra realidad cotidiana, como antaño con la peste, el cólera y nuestra precariedad humana de siglos y siglos. Ante la tumba vacía de Jesús, podemos aprender de la primera comunidad cristiana algunos modos fecundos de vivir este tiempo.

Estas últimas semanas en el mundo entero hemos debido cambiar totalmente nuestros hábitos y costumbres, para cuidarnos y cuidar a los más débiles entre nosotros. Hemos vuelto a lo fundamental, al cuidado de la vida, a la valoración de la propia familia y lugar de pertenencia, al fortalecimiento de los vínculos primordiales, a la valoración de las instituciones que nos hemos dado para cuidar y proteger el bien común. La muerte se ha acercado a nuestra realidad cotidiana, como antaño con la peste, el cólera y nuestra precariedad humana de siglos y siglos.
En el relato del cuarto evangelio que proclamamos hoy, Pascua de Resurrección, se nos muestra que la primera testigo del sepulcro vacío es María Magdalena (en los evangelios sinópticos es más bien un grupo de mujeres, todas ellas discípulas de Jesús). Acogiendo ambas tradiciones evangélicas, lo claro es que para las primeras comunidades cristianas, han sido las mujeres que, encendidas de pesar y de amor por su maestro muerto en cruz, se levantan al alba para terminar de rendir un homenaje a su cuerpo inerte. Pero no lo encuentran.
Ante tal desconcierto acuden a la comunidad, a sus compañeros de camino en el seguimiento de Jesús. En el relato que proclamamos hoy ella está representada por Simón Pedro, el primero entre iguales. Y también el discípulo al que Jesús amaba. Algunos señalan que esa es una manera de referirse al redactor del cuarto evangelio, otros afirman que tal discípulo amado es quien lee el evangelio hoy, ese discípulo amado somos nosotros. Ambos corren y ven con sus ojos lo que las mujeres les han contado. Algo propio del evangelio según san Juan es este binomio entre ver y creer. Cada uno de los signos realizados por Jesús – varios de ellos nos acompañaron en el tiempo de cuaresma– son una invitación a la transformación de los sentidos. Que viendo de una determinada manera la vida con todos sus acontecimientos, podamos reconocer la presencia actuante de un Dios que nos ama y se nos revela en Jesús de Nazaret.
Lo que tienen los discípulos es una experiencia, la de los años compartidos junto a Jesús. También tienen una tradición, expresada en las Escrituras, con la que leen e interpretan los acontecimientos presentes. Y el domingo de resurrección, apenas clarea el alba, tienen ante ellos una tumba vacía. ¿Qué fue lo que pasó? ¿De qué manera se cumplirán las escrituras? ¡Nosotros pensábamos que Jesús era el Mesías!, dirán los discípulos de Emaús en el Evangelio de Lucas. Demorarán todavía un poco en experimentar los efectos de la resurrección. Lo que es cierto es que tal experiencia es inseparable de la historia previa. En la Vigilia Pascual de anoche hemos repasado momentos significativos de la Historia de Salvación, y lo hemos hecho desde la experiencia pascual cristiana, alimento a la esperanza. Algunas polaridades se hacen evidentes: tinieblas-luz, esclavitud-libertad, cada uno por su lado-comunidad. Algunos mandamientos brotan desde la experiencia del amor hasta el extremo representado en la cruz: ámense los unos a los otros; compartan lo que tienen, compartan el pan; den de comer al hambriento; de beber al sediento; reciban como a un hermano al extranjero; únanse en oración al Padre común de todos, rezando Padre Nuestro; sean felices cuando los persigan en mi nombre.
Todas las enseñanzas de Jesús, vividas y transmitidas por las primeras comunidades cristianas, siguen siendo tan vigentes hoy como entonces. Que este tiempo pascual que comenzamos nos anime en nuestras propias comunidades a ser testigos de la resurrección de Jesús en nuestro mundo. Donde haya dos o más reunidos en el nombre de Jesús, partiendo el pan, ahí está Él en medio, animando, consolando, construyendo un nosotros esperanzador, que vence a la muerte.

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General Hogar de Cristo

Fragmento del Evangelio: “El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” ”. (Jn. 4, 5-42)

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