La fe cristiana está atravesada por esta paradoja fundamental. En el sufrimiento y el sacrificio, cuando se orienta a hacer el bien, encontramos lo medular del Misterio Pascual de Jesús. Hay más alegría en dar que en recibir; en amar que en ser amado; la vida se la gana, perdiéndola, ofreciéndola, en un misterio de amor que, al igual que en la vida de Jesús, nos redime de nuestros egoísmos y de la mera satisfacción del autointerés.
Estamos terminando agosto, mes de la solidaridad en memoria del Padre Hurtado. Desde hace pocas semanas ha comenzado en varias comunas de nuestro país el desconfinamiento, paso a paso, aunque en algunos casos hemos tenido que volver atrás. Comienzo estas letras acentuando la importancia de que sigamos cuidándonos y siendo responsables con las libertades que poco a poco se nos devuelven, que los riesgos aún son altos. Soy consciente de que esto que les pido, contradice un poco lo que viene a continuación.
El evangelio que proclamamos hoy encierra una paradoja: el movimiento de Jesús hacia Jerusalén junto con sus discípulos lo llevará a sufrir, hasta dar la vida en la cruz, por enfrentarse con quienes tienen la intención de darle muerte. ¿Quién en su sano juicio puede querer algo así? En este pasaje del evangelio Él mismo lo explicita, aunque quienes lo acompañan ya se van dando cuenta del fervor que despierta en las muchedumbres, y la oposición que eso genera entre los “ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas”, la clase dirigente que lo considera una amenaza, y por tanto quiere borrarlo del mapa. Pedro, el impulsivo pescador, profundamente humano, se planta delante para impedir que Jesús siga su camino y ponga en riesgo, desde su comprensión del asunto, su vida y proyecto.
Pedro, y con él los demás, no ha entendido algo, y tardará un tiempo en comprenderlo. Si el grano de trigo no muere, no da fruto. La vida de Jesús, y las nuestras también, se plenifican cuando se entrega, eligiendo el bien y no lo que circunstancialmente nos conviene. Es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Su proyecto no es otro que el Reino de Dios, que se realiza y hace presente en cada gesto de entrega y amor desinteresado, como de quien sana, libera y sirve sin esperar recompensa, más que la bienaventuranza y alegría asociada.
Ante la disyuntiva de ir a Jerusalén, el lugar del riesgo y de la probable muerte, o echar pie atrás salvando el propio pellejo, Jesús no se pierde. Con dureza le dice a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mi Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” El horizonte de Jesús, insisto, es el de la realización de la voluntad de su Padre, eso que llamamos el Reino de Dios: un horizonte escatológico que se concreta ya en este tiempo presente, en cada gesto de amor y entrega, de ofrenda de la propia vida. ¡Donde hay amor y caridad, Dios ahí está! Jesús nos invita, con Pedro, a seguir sus pasos, a ir detrás de Él, a no ser un obstáculo para su presencia y acción redentora en el mundo.
En el contexto en que estamos, muchos indicadores muestran que vamos perdiendo. La economía ha retrocedido varios puntos del PIB, se han destruido millones de empleos que sin duda tardarán un tiempo en recuperarse. ¿Volveremos alguna vez a lo mismo que antes? Miles de familias, empujadas por la pérdida de sus fuentes de trabajo, y la imposibilidad de pagar arriendos, se van a vivir en campamentos. En muchos lugares escasean los alimentos, falta la salud, falta también compañía, especialmente entre las personas mayores que han debido estar especialmente confinadas.
La primavera anuncia brotes verdes. Ha reverdecido la organización comunitaria y de base, que atiende necesidades de alimento, y también de compañía. El sacrificio abnegado de los equipos médicos y de salud, de atención social a personas mayores o que viven en la calle, todo ello organizado y sostenido de muy distintas formas, ha sido y sigue siendo una buena y alegre noticia. Ante la emergencia se han ido moviendo las fronteras de lo posible, en destinación de recursos y otras iniciativas. Hemos valorado quizás como nunca los vínculos primordiales, esos que no nos están permitidos abrazar ni cultivar del todo por las medidas sanitarias.
Sigamos tras los pasos de Jesús, mirando nuestra vida con sus ojos, y preguntándonos hondamente, ¿qué haría Él en nuestro lugar? Que la respuesta a esta pregunta del Padre Hurtado siga haciendo brotar iniciativas que posibiliten el triunfo del amor por sobre el egoísmo.
Fragmento del Evangelio: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt. 16,21-27)
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