El relato de la multiplicación de los panes que se nos ofrece hoy, apunta a una de las necesidades primordiales de toda persona: que no falte el pan en la mesa. La solución ofrecida por Jesús acentúa la importancia de la pertenencia a una comunidad, a un “nosotros”, que permite que subsistamos en la adversidad, en el descampado.
El pasado 21 de julio se cumplieron 4 meses desde la primera víctima fatal del COVID-19 en nuestro país. Esta semana que ha pasado se ha dado inicio en algunas comunas el proceso que paso a paso debiera llevarnos al desconfinamiento. Vayamos despacito, que los rebrotes pueden ser muy dañinos, como ha estado ocurriendo en otros países. Aún no somos capaces de vislumbrar la totalidad del impacto social y económico que esta emergencia sanitaria provocará. Lo que es claro es que con el frenazo a la economía, ha aumentado a niveles no vistos en décadas el desempleo, y con ello, comienza a arreciar el hambre. Se han activados distintas campañas de cajas de alimentos, las del gobierno y de muchísimas organizaciones de la sociedad civil. Se han activado también muchísimas ollas comunes. Hace algunos días, y tras un intenso debate en el congreso, existe la posibilidad de que quien así lo desee, saque el 10% de sus propios fondos previsionales para aliviar sus necesidades.
El relato de la multiplicación de los panes que se nos ofrece en la liturgia de hoy puede iluminar el momento que estamos viviendo. Ante la hora que avanza, y el hambre que empieza a arreciar entre la multitud que lo acompañaba, Jesús le dice a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”. Existía la posibilidad de desentenderse, de proponer que cada cual se las arreglara por sí mismo. Jesús ordena otra cosa. Sigue resonando en nosotros la petición que hacemos repetidamente en el Padre Nuestro: ¡¡Danos hoy nuestro pan de cada día!!
Vemos en este relato un modo de ser de Jesús que lo muestra muy conectado con la necesidad, toda necesidad. Ante el encuentro con la muchedumbre brota presurosa la compasión. Se pone manos a la obra, y con sus acciones comienza a sanar a los enfermos. ¿De qué necesitamos ser sanados nosotros? Del germen de individualismo que impide que construyamos comunidad y busquemos soluciones colectivas a los problemas que son de todos. Comer es mucho más que nutrirse ingiriendo alimentos: en torno a una mesa se gesta amistad, se acompaña la vida, se construye familia y hogar.
La vacuna contra el individualismo no es otra que crear fraternidad y comunidad. Compartir lo que tenemos, hacernos compañeros, hermanos. Urge que apoyemos y no demos la espalda a las necesidades y carencias, en sus más diversas formas. Urge que quienes puedan mantengan el compromiso con iniciativas que, por más pequeñas e insignificantes que parezcan – como parecían insignificantes los cinco panes y dos peces disponibles - hacen ver en todo otro a un hermano.
Concluyo estas palabras haciendo un breve homenaje – se podría escribir un libro - al padre Josse van der Rest, S.J., fallecido el pasado viernes 24 de julio. Jesuita belga, en Chile desde 1958, desde entonces ha prestado diversos servicios como sacerdote en el Hogar de Cristo. Ha sido el gran impulsor de la Fundación de Viviendas del Hogar de Cristo (hoy Fundación Vivienda): por décadas atendió la necesidad de emergencia habitacional en las, entonces llamadas, poblaciones callampa. Se le reconoce como el inventor de la mediagua. Al crear el Selavip en 1971 extendió ese servicio a muchos países de América Latina, África y Asia. En sintonía con el evangelio de hoy, ha destacado por hacerse cercano y hermano de los pobres, compartiendo lo que tenía con los que no tenían mucho, construyendo comunidad y desatando solidaridad. ¡Descansa en paz Josse! ¡Sigue inspirando nuestro actuar en las circunstancias que enfrentamos nosotros hoy!
Fragmento del Evangelio: “Jesús vio a una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. (…) Después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse” (Mt. 14, 13-21)
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