domingo, 19 de junio de 2022

Noches largas

 Noches largas (Lc. 9, 11-17)

Hoy celebramos en el seno de la Iglesia Católica la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, y en ella proclamamos el conocido relato de la Multiplicación de los Panes. Lo hacemos en un contexto particular: este martes tendremos en nuestro país por segunda vez como feriado el Día de los Pueblos Originarios, en el Año Nuevo del Sur. Es la noche más larga del año. Esto es parte de un reconocimiento debido a nuestros pueblos originarios. La fiesta tiene un profundo sentido espiritual: la naturaleza y los seres humanos como parte de ella nos disponemos a recibir al nuevo sol naciente. La luz vencerá a la oscuridad, aunque por estos días parezca lo contrario. La tradición cristiana precisamente sitúa en el equivalente a esta fecha –en el hemisferio norte– el nacimiento de Jesús, Sol Naciente que ilumina nuestros pasos.

            En el marco de esta celebración, me parece pertinente comentar la realidad de las personas en situación de calle, quienes, de noches largas, saben mucho. Ya hemos tenido que lamentar este año la muerte de algunas personas, en Temuco, en Talca, en Santiago, por los fríos y ante todo por la indiferencia. Ha ido más lenta que otros años la implementación de albergues y otros dispositivos de atención que promueve el Estado. La semana recién pasada se reunió por primera vez en el año la Mesa Calle, convocada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, que busca articular los esfuerzos de los distintos servicios del Estado junto a la sociedad civil organizada. Más vale tarde que nunca, ¡ya está por llegar la noche más larga! Los últimos datos oficiales señalan que hay cerca de 20 mil personas que viven en las calles de nuestro país. Basta levantar un poco la vista para reconocer que son muchas más.

            Quizás ahora es cuando más se hace necesario escuchar a Jesús que al caer la tarde, al llegar la noche, no se desentiende de la necesidad de la multitud, y dice: “Denles de comer ustedes mismos”. La reacción primera de los discípulos es decirle a cada cual que se las arregle como pueda: lo que tienen de comida a la mano parece no alcanzar para todos, es mejor que cada uno se devuelva a su casa. ¿Y qué hacemos con los que no tienen casa?

            Los precios de algunos alimentos, de los combustibles y de otros bienes están por las nubes. En el Hogar de Cristo, al igual que otras fundaciones y organizaciones que sobreviven principalmente de la generosidad y aportes de mucha gente  –incluidos los bomberos– estamos algo afligidos: aumentan los costos por la inflación, pero no lo hacen de la misma manera los ingresos, ya sea porque  están relacionados con convenios con el Estado, en pesos, no reajustables, a varios años plazo; o porque los aportes de socios individuales, que aportan más de la mitad de lo que nos sostiene mes a mes, son en su mayoría en pesos, que cunden menos por la inflación. Aprovecho por tanto estas líneas para invitarles a quienes puedan a aumentar sus aportes al Hogar de Cristo y otras fundaciones que gocen de su simpatía y generosidad. Las noches largas se hacen algo más breves cuando hay un plato de comida y un lugar de cobijo calientito en el que guarecerse. Hagamos nuevamente posible la multiplicación de los panes.

 «Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”» (Lc. 9,11-13)


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