No
se trata de la alegría eufórica, exultante de la satisfacción inmediata de un
deseo temporal, sino del gozo profundo de quien intenta escuchar y hacer la
voluntad de Dios en su vida, y aún cuando eso implique algunos sacrificios,
privaciones o persecuciones, hacerlo vislumbrando el fruto maduro de sus
efectos.
Este domingo nos encuentra ya en
el mes de agosto, mes de la Solidaridad, en memoria de San Alberto Hurtado. Los
aromos comienzan a colorearse de amarillo; en medio de los fríos ya se intuye
la primavera. Además de ser el mes de los gatos y motivo de fiesta para los
adultos mayores si es que consiguen pasarlo, en la figura del Padre Hurtado
tenemos durante este mes una preciosa ocasión de profundizar en una sencilla
pregunta que él mismo se hizo muchas veces: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? El
texto del evangelio que se nos ofrece hoy (Jn. 6, 24-35), tomado del llamado
discurso del pan de vida, puede
iluminar algunas notas para una respuesta.
En primer lugar vemos una
contraposición entre el alimento que perece y el alimento que perdura. Sin
forzar las cosas, podemos referirnos también a los sentimientos que motivan
alguna acción: alegrías pasajeras o alegrías duraderas. ¿Cuáles elegir? De eso
se trata el arte del discernimiento, del que San Ignacio de Loyola, al que
celebramos esta semana que pasó, fue maestro. Él escogió las alegrías duraderas
relacionadas con el seguimiento de Jesús. Poder elegir alegrías duraderas
supone sumergirse en el Misterio Pascual de su vida, muerte y resurrección. No se
trata de la alegría eufórica, exultante de la satisfacción inmediata de un deseo
temporal, sino del gozo profundo de quien intenta escuchar y hacer la voluntad
de Dios en su vida, aún cuando eso implique algunos sacrificios, privaciones o
persecuciones, hacerlo vislumbrando el fruto maduro de sus efectos.
En la primera lectura (Ex. 16,
2-4.12-15), los israelitas pasan hambre al avanzar por el desierto y añoran el
tiempo de esclavitud en Egipto, como diciendo estábamos mejor cuando estábamos peor. La esclavitud con la guatita llena sería mejor que la
libertad en ayunas. En momentos de
dificultades serias, atacan las tentaciones y, a ratos, pareciera cundir la
desesperanza. En la segunda lectura (Ef. 4, 17.20-24), se nos habla del hombre
viejo y el nuevo. Las apetencias destructoras son la vestimenta del viejo. La
nueva condición humana ha sido creada por Jesús, vencedor del pecado y de la
muerte, restaurador de la imagen y semejanza con que fuimos creados
originariamente: a cada cual se le ha regalado en virtud del bautismo la gracia
para vencer los embates del enemigo, vencer
las tentaciones, reconocer en todo otro a un hermano.
Escribía el Padre Hurtado en
1947, en un informe presentado al papa Pio XII: “El gran enemigo de Cristo en
Chile es la apatía, la indolencia, la superficialidad con que se miran todos
los problemas. Un espíritu materialista nos ha invadido. Todos se lanzan ávidos
a la conquista del placer... ¿Reaccionarán los católicos de Chile? ¿Qué actitud
tomarán los jóvenes ante la horrible tragedia espiritual de su Patria?”. Un
libro con muchos de sus escritos en la prensa de los años 40 será lanzado esta
semana, y al leerlos tiene una vigencia sorprendente aún para el Chile de hoy.
La persona de Jesús, su vida y
su misión de anuncio de buenas nuevas, de comunidad y atención a las
necesidades de los que están alrededor, es ese pan verdadero que viene del
cielo, que nos alimenta y nutre. En este mes de la Solidaridad se nos ofrece
una ocasión de volver a lo más hondo del Evangelio en su doble dimensión. La
vertical: uniendo el cielo y la tierra, lo humano y lo divino, lo temporal con
lo eterno. Y la horizontal: desatando la solidaridad entre hermanos, sin
distinciones de raza, género o condición social.
José
Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán
General del Hogar de Cristo
Frase destacada del Evangelio: “Yo soy el pan de
vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed
jamás” (Jn. 6, 35)
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