Cuentos (Lc. 20, 27-38)
El Evangelio de este
domingo nos presenta una conversación curiosa entre Jesús y un grupo de
saduceos que niegan la resurrección. Para ponerlo a prueba, le cuentan una
historia inverosímil: siete hermanos que se casan sucesivamente con la misma
mujer, y le preguntan de quién será esposa en la resurrección. Jesús no cae en
la trampa del razonamiento absurdo. Les responde que “los que son dignos de
participar del mundo futuro y de la resurrección… ya no pueden morir, porque
son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la
resurrección”. Y concluye: “Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes,
porque todos viven para Él”.
Los saduceos cuentan
un cuento para reírse de la fe, pero Jesús les cambia el cuento. Les abre el
horizonte: no se trata de imaginar la otra vida como una copia mejorada de
esta, sino de confiar en un Dios que hace vivir, que sostiene la vida aun donde
parece acabarse.
Creer en la
resurrección no es solo esperar un “más allá” después de la muerte. Es también
creer en un “más allá” después de cada pérdida, de cada final, de cada caída, de
cada decepción personal o colectiva. Es creer que la historia —la nuestra, la
de Chile— puede volver a levantarse cuando parece gastada o repetida.
Hay muchos cuentos
que pueden paralizarnos: “ya no hay nada que hacer”, “todos son iguales”,
“nadie cambia”, “el país está perdido”, “sálvese el que pueda”. Son los cuentos
que niegan la resurrección. Pero también hay otros, los que nacen de la
esperanza: “podemos recomenzar”, “podemos mirarnos de otro modo”, “podemos
sanar”, “construyamos comunidad”. Estos cuentos no se inventan por ingenuidad,
sino porque creemos que Dios sigue actuando, que no está del lado de lo que
muere, sino del lado de lo que vive.
A una semana de que
en Chile elijamos nuevamente autoridades, es fácil dejarse llevar por el
escepticismo, la desconfianza o cuentos baratos que solo infunden temor y
división. Sin embargo, también en la vida pública podemos creer en la
resurrección: en la posibilidad de que surja algo nuevo, más allá del
cansancio, del desencanto, del “ya nada sirve”. La fe cristiana invita a mirar
más allá del cálculo político o del interés inmediato, y a preguntarnos si, en
lo profundo, seguimos creyendo que la vida puede renacer, que las comunidades
pueden sanar, que los pueblos pueden volver a confiar, que podemos cultivar el
bien común.
Jesús no discute con los saduceos en el terreno de las leyes o los absurdos; los invita a cambiar de mirada. A mirar la vida desde Dios, el Dios de los vivientes. Quizás también nosotros, en medio de nuestros propios cuentos, estamos invitados a lo mismo: a pasar del cuento de la desesperanza al cuento de la vida nueva. Porque, como dice el Evangelio, Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Y si todos vivimos para Él, entonces siempre hay un “más allá” posible: más allá de la muerte, más allá del miedo, más allá de la división, más allá del desencanto. El desafío, personal y colectivo, es creerlo… y contarlo así.
“Porque Él no es un Dios de muertos, sino
de vivientes; todos, en efecto, viven para Él.” (Lc. 20, 38)
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la
resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: ‘Si alguien está
casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se
case con la viuda’. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y
murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y
así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la
mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la
tuvieron por mujer?”
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero
los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la
resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los
ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de
la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob’. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en
efecto, viven para Él.”
Palabra
del Señor



