domingo, 17 de agosto de 2025

Fuego

 Fuego (Lc 12, 49-53)

El evangelio que proclamamos hoy nos sorprende con palabras de Jesús que no suenan tranquilizadoras: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (…) No he venido a traer paz, sino división…”. Este mensaje no busca una paz cómoda ni acuerdos superficiales, sino una verdad que transforma, aunque duela. Un fuego que purifica, que nos obliga a tomar partido, incluso si eso significa distanciarnos de personas queridas.

Este fuego no es de destrucción, sino de amor exigente, como el que ardía en el corazón de San Alberto Hurtado. Él encendió Chile con una llama que iluminó los oscuros rincones de nuestras ciudades, a los pobres, y con esa luz desafió a los indiferentes y despertó conciencias.



El Hogar de Cristo, que se honra de tenerlo por fundador y que hoy pertenece a todos los chilenos, no fue un refugio asistencialista, sino un movimiento que distinguía lo que es humano de lo que degrada, aun a costa de incomodar. Hurtado fue, como se decía al tiempo de su muerte, “un fuego que enciende otros fuegos”.

En Chile estamos en pleno tiempo de elecciones. El evangelio nos recuerda que hay causas que valen más que cualquier cálculo político o conveniencia personal: la justicia, la dignidad de cada persona, la lucha contra la pobreza y la exclusión. En el Hogar de Cristo hemos presentado hace algunas semanas a quienes aspiran a la presidencia nuestras propuestas “Hacia un Chile sin pobreza”, construidas en base a evidencia y con testimonios elocuentes de quienes han sido protagonistas de su propia superación. Pablina, Héctor y Mirna nos contaron sus historias con convicción y profunda dignidad. Ellos no piden caridad humillante, sino oportunidades reales: ser tratados no como víctimas, sino como personas plenas, sujetas de derechos y agentes de su propia vida. El apoyo activo de organizaciones de la sociedad civil y también de instituciones del Estado, colaborando estrechamente, ha sido gravitante en sus vidas.

Mañana lunes 18 de agosto, Chile celebra el Día Nacional de la Solidaridad en memoria precisamente del Padre Hurtado. Esta fecha no debiera ser solo ocasión de un homenaje inerte, sino un llamado a encender nuestra propia llama, a dejar que el fuego del evangelio nos mueva a actuar, con la mirada atenta a lo que ocurre entre nosotros, especialmente entre quienes por distintas razones van quedando al lado del camino. En ese marco entregaremos al presidente Gabriel Boric, quien visitará la tumba del padre Hurtado para poner sobre ella una rama de aromo, la primera versión de la “Cartografía Social de Chile”, elaborada con los pies en la tierra por organizaciones inspiradas en su legado.

Esos testimonios, esta memoria viva, los anhelos profundos que nos mueven, nos muestran que la verdadera paz se forja cuando se derriban las barreras que impiden a tantos chilenos desplegar sus talentos y contribuir al bien común. Esa paz, como la que anunció Jesús, no siempre es tranquila: separa la indiferencia de la compasión activa; la comodidad de la solidaridad; la injusticia de la dignidad.

Este domingo, el evangelio y la vida de Alberto Hurtado nos interpelan a encender y sostener ese fuego. No para destruir, sino para iluminar caminos; no para enemistar por enemistar, sino para que arda lo único por lo que vale la pena arriesgarlo todo: la dignidad del hermano, el “nosotros” del que somos parte, la justicia que incluye y la esperanza que transforma.


Evangelio

No he venido a traer la paz, sino la división

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 49-53

Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! 

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

lunes, 11 de agosto de 2025

Empresas al servicio del bien común

Agosto, mes de la solidaridad, nos recuerda la vida y obra de san Alberto Hurtado, quien no solo fue un gran sacerdote y fundador del Hogar de Cristo y USEC, entre otras organizaciones, sino también un apasionado divulgador de la Doctrina Social de la Iglesia. En un tiempo como el nuestro, a más de 70 años de su muerte, su legado sigue siendo profundamente actual, y puede interpelar especialmente a quienes, desde el mundo de la empresa, tienen en sus manos herramientas poderosas para transformar la sociedad.

En el Hogar de Cristo y sus Fundaciones Súmate y Emplea, día a día estamos cerca de rostros concretos de exclusión: personas sin techo, que viven en las calles; adultos mayores que sufren mucha soledad; jóvenes descartados, sin claras perspectivas de desarrollo personal y laboral. Aunque sea un buen comienzo, no basta con sentir compasión. Como decía san Alberto: “la caridad comienza donde termina la justicia”. Por eso, necesitamos empresas, y personas dentro de ellas, que tengan la mirada amplia, capaces de identificar los dolores del entorno y, a la vez, de potenciar con decisión las capacidades y la autonomía de sus trabajadores, y desde ahí de quienes más lo necesitan.

La Doctrina Social de la Iglesia propone una comprensión del rol social de la empresa que va mucho más allá de la rentabilidad. No se trata de filantropía ocasional, sino de comprender que toda empresa es una “comunidad de personas” situada en un contexto particular, que existe para crear valor y riqueza; generar empleo digno y oportunidades de desarrollo; cuidar el medio ambiente –nuestra “casa común” a decir del papa Francisco– y también contribuir al bien común. La empresa, cuando es conducida con visión ética y sentido de misión, puede ser –y lo ha sido en nuestro país con notables resultados– un verdadero agente de transformación.

Hoy, cuando la pobreza vuelve a estar en el debate público y a hacerse más visible —no porque haya aumentado de golpe, sino porque la medimos mejor—, se vuelve urgente un compromiso empresarial que no sea sólo reactivo, sino profundamente proactivo. Promover prácticas laborales justas y aumentar la productividad; invertir en formación y en creación de nuevas competencias; innovar con propósito, favorecer la vida familiar y la crianza; integrar a los más excluidos a través del trabajo: todo esto forma parte de una manera robusta de entender la solidaridad.

En un país fragmentado, la empresa puede ser también un lugar de encuentro y pertenencia. En un mundo y tejido social tan heridos, puede ofrecer caminos de reconciliación. Y frente a una cultura del descarte, puede abrir espacio a una cultura del cuidado. San Alberto soñaba con un Chile más justo, fraterno y humano. Ese sueño es también tarea para los líderes empresariales de hoy. 

Construyamos juntos un país que no margine, sino que integre; que sea inclusivo, no extractivo; que no explote, sino que dignifique; que no contamine, sino que cuide. Esa es la solidaridad que necesitamos hoy: exigente, concreta, y profundamente humana. ¡Cuidemos el alma de Chile!

(Publicado en el sitio web de USEC Empresas al servicio del bien común – P. José Francisco Yuraszeck – Usec)

domingo, 27 de julio de 2025

Pidan

Pidan (Lc. 11, 1-13)

La súplica de los discípulos de Jesús en el Evangelio de Lucas –“Señor, enséñanos a orar” – resuena en nuestros oídos. Jesús les ofrece una oración sencilla, concreta y poderosa: el Padre Nuestro. Y enseguida agrega una interpelación a la acción: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.

Estamos en año de elecciones y, con ello, suele desatarse una avalancha de pedidas. Todos piden: unos piden votos; otros cambios profundos; cada cual pide según su propio interés; juntos debiéramos pedir cuidar el bien común. Total, en pedir no hay engaño.

Entre tanto ruido, emergen datos que duelen, y mucho. Hace algunas semanas conocimos la propuesta de actualización del modo como se mide la línea de pobreza, y lo que parecía un avance –haber bajado al 6.7% de pobreza por ingresos– se revela como un cierto espejismo. Con la nueva metodología, ese número llega al 22.3%. Una de cada cinco personas en Chile. No es que más personas se empobrecieran de la noche a la mañana, sino que ahora lo evaluamos mejor.

Como sociedad, cuando pareciera que el germen del individualismo nos ha enfermado de autosuficiencia, podríamos paralizarnos frente a esas cifras. O bien podríamos, como los discípulos, volver a lo esencial: pedir, en el sentido profundo de una súplica que nace de la necesidad, de la conciencia de lo que somos y lo que nos falta.

Recordé una antigua performance de Mauricio Redolés con repeticiones sucesivas de “¡No tengo!”. Redolés retrata la fragilidad de las promesas y estrategias en tiempo de campaña electoral, así como la tentación de las apariencias sin sustento. “No tengo, pero si tuviera, para no convidarles, les diría que no tengo”. Como país, muchas veces hemos vivido así: negando lo que tenemos, o utilizando indicadores que tranquilizan más que interpelan.

En el Evangelio, Jesús no niega la necesidad. No dice “confórmense”, ni “aguántense”, ni “no molesten”. Dice: pidan. O sea, reconozcan su interdependencia, atrévanse a nombrar sus anhelos, expongan sus heridas. Y cuando enseña a orar, pone en sus labios peticiones tan básicas como el pan de cada día, el perdón de las ofensas, la fuerza para no caer en la tentación. Es una invitación a una espiritualidad profundamente encarnada, profundamente humana.

En el Hogar de Cristo, lo vemos a diario. Gente que pide. No sólo comida o techo, sino escucha, respeto, acogida. Y no se trata de caer en un paternalismo humillante, sino del gesto más profundamente humano: decirle al otro “te necesito”. Pedir implica también abrirse a la respuesta del otro, iniciar una conversación. Cuando pedimos, nos reconocemos vulnerables y necesitados. Reconocer nuestra común vulnerabilidad puede ser camino para construir una verdadera comunidad.

Quizás este tiempo electoral sea una ocasión para volver a pedir bien. No pedir más promesas vacías, ni soluciones fáciles, ni repetir lo mismo esperando resultados distintos. Pedir una política que mire a los más pobres con honestidad, que ofrezca caminos para ampliar sus posibilidades y capacidades a una vida mejor, y también que no maquille las cifras. La buena noticia es que pedir no es inútil. Lo dice el mismo Jesús: pidan y se les dará. Claro, no siempre la respuesta puede ser de inmediato ni exactamente como esperamos. Pero lo esencial viene de la fe de sabernos hijos, del mejor sabor que tiene el pan compartido, de ir forjando una comunidad que acoge, y la esperanza que se renueva todas las veces que las personas se congregan para orar.

 

Evangelio

Pidan y se les dará

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 1-13

 

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.

Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. 

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”

Palabra del Señor


domingo, 6 de julio de 2025

En Misión

Este domingo, el Evangelio nos muestra a Jesús enviando de dos en dos a sus discípulos. Es una escena luminosa, en perspectiva de sinodalidad: todos hemos de comprendernos en misión. No solo es asunto del papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas. La misión comienza con el anuncio de la paz. Les dice Jesús: “Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. No es este un saludo trivial, sino una oferta real. La paz es don de Dios, y también tarea humana: se ofrece, pero debe ser acogida y construida, como quien va urdiendo una red.

¿Puede acogerse hoy esa paz en un Chile marcado por la desconfianza, la polarización y el miedo? El Evangelio responde con una convicción fuerte: sí, si reconocemos que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros. Pero para verlo, hay que cambiar la forma de mirar y de caminar. Jesús no envía a sus discípulos con seguridades. Les pide ir sin dinero, sin provisiones, sin calzado, haciéndose totalmente dependientes de la hospitalidad de los demás. En vez de acumular poder o provisiones, he aquí un llamado a confiar en la providencia.

Esto es profundamente contracultural. En tiempos en que se valora con razón la autonomía y la autosuficiencia, Jesús propone el abandono confiado. Los discípulos —también quienes nos decimos cristianos, discípulos de Jesús hoy— estamos llamados a vivir desde la sencillez, abiertos a todo encuentro, sabiendo que la paz no se impone, sino que se ofrece. Lo interesante, insisto, es que esta misión no está reservada a unos pocos: el número setenta y dos sugiere totalidad. Cada uno de nosotros ha de comprenderse formando parte de los discípulos enviados, cerca de donde vive, como testigo del Reino. En el marco del Jubileo que estamos viviendo este año 2025, es tiempo de ponerse a caminar, y cruzar las puertas santas que están en algunos templos, pero también en cada periferia.

La misión no consiste en “convertir al otro”, sino en compartir la alegría de una vida nueva. El Reino no es un lugar lejano ni un futuro incierto: es una presencia que se hace visible en cada gesto amoroso de hospitalidad, misericordia, acogida y perdón. Cuando los discípulos regresan, emocionados por los frutos de su misión, Jesús les responde con palabras desconcertantes: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal retrocede cuando la paz se siembra, anuncia y vive.

Pero enseguida Jesús les enseña, con sabiduría: “No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. No se trata por tanto solo de resultados, ni de aparentes éxitos visibles, si no de cultivar el sentido de pertenencia. De saber que somos amados, sostenidos y enviados, en esta tierra y con la vista puesta en el cielo. La verdadera alegría nace de descubrirnos hijos e hijas, no siervos; hermanos y hermanas, no adversarios. Con todos, todos, todos.

En medio de las tensiones sociales que vivimos, de la crisis de confianza en las instituciones y del sufrimiento de tantos, en este año de elecciones presidenciales y parlamentarias, este Evangelio nos ofrece un camino, que no es ni mágico ni instantáneo. Nos invita a una conversión misionera. A caminar ligeros, confiados, abiertos a los demás, sin temor. A sabernos enviados con una palabra buena que sembrar. Y a descubrir que, aun en medio de las aparentes oscuridades y desesperanzas, el Reino de Dios ya está en medio nuestro.

Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.” (Lc. 10, 5-6)

 

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12. 17-20

 El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad”.

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.

domingo, 15 de junio de 2025

Llueve

 Este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, uno de los misterios más profundos de la fe cristiana. Lejos de ser un concepto abstracto o inaccesible, la Trinidad nos revela algo esencial sobre Dios: que no es soledad, sino comunión; no es aislamiento, sino relación. Padre, Hijo y Espíritu Santo existen en una unidad de amor que se comunica y se entrega. Un Dios que es familia, comunidad, vínculo.

Desde esa clave se nos invita también a mirar la realidad, el mundo que nos rodea. Las lluvias de los últimos días han hecho caer agua sobre nuestros campos y ciudades, nieve en la cordillera. ¡Bendito sea Dios! Aunque también han empapado de dolor a muchas personas, sobre todo a quienes viven en precariedad habitacional, en campamentos o en situación de calle.

¿Qué tiene que ver el misterio de la Trinidad con esta consideración de la realidad social que nos rodea? Todo. Porque si Dios es relación, y nosotros hemos sido creados a su imagen, estamos llamados a vivir también en relación: no como individuos aislados, sino como comunidad. Y no cualquier comunidad, sino una que se define por el cuidado, la compasión y la justicia, y se da cuenta de quienes en ella sufren más.

En la última cuenta del presidente Gabriel Boric al congreso pleno estuvieron ausentes quienes viven en campamentos – no se han mencionado en las últimas tres - y las personas en situación de calle. Solo una vez fue mencionada la palabra pobreza. Según el último catastro de TECHO hay en Chile 1.428 campamentos donde viven 120.584 familias. Según los resultados del último censo las Personas en Situación de Calle son 21.750. Desde el Hogar de Cristo y otras organizaciones de la sociedad civil, y al ver las calles en nuestras ciudades, consideramos son muchas más. Cierto es el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”. Abramos los ojos a la realidad que está más allá de lo que vemos cotidianamente.

La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece dos principios fundamentales en esta mirada: el principio de solidaridad y el principio del bien común. El primero nos recuerda que somos responsables los unos de los otros, que nadie se realiza verdaderamente solo, que somos interdependientes. El segundo, que las condiciones sociales debieran permitir una vida digna para todos - personas, familias, asociaciones y cuerpos intermedios - y especialmente para los más vulnerables entre nosotros.

Hoy, cuando tantos hermanos y hermanas sufren prácticamente a la intemperie, estos principios debieran movilizarnos. Es urgente que se traduzcan en políticas públicas eficaces, en solidaridad activa desde la sociedad civil y también en gestos personales concretos. No se trata solo de caridad momentánea, sino de justicia estructural.

En el Evangelio según san Juan que se proclama este domingo (Jn 16, 12-15), Jesús promete que el Espíritu de la verdad nos guiará hasta la verdad plena. Y esa verdad no es una idea fría, sino una forma de vida en el amor, que exige mirar al otro como hermano, no como problema. La Santísima Trinidad nos revela que Dios mismo es vínculo y entrega. Y nos invita a vivir de esa manera: atentos al sufrimiento del otro, comprometidos con el bien común, capaces de conmovernos y actuar.

Ante la lluvia que cae sobre Chile, la de estos días y la que de seguro vendrás màs adelante, la pregunta que queda es simple y profunda: ¿refleja nuestra manera de vivir ese Dios que decimos creer? ¿Nuestra fe se transforma en relación, en comunidad, en cuidado, especialmente por quienes más sufren? Ojalá esta fiesta de la Santísima Trinidad no sea solo un momento de celebración litúrgica, también necesario, sino además una invitación a una vida comprometida con la solidaridad para todos quienes profesamos la fe en ella.

domingo, 25 de mayo de 2025

Paz

Las primeras palabras pronunciadas por el papa León XIV al salir a saludar en el balcón ante la plaza san Pedro en El Vaticano, y ante cientos de millones de personas de todo el mundo, que expectantes esperaban su nombramiento - tras el humo blanco que había salido de la chimenea de la Capilla Sixtina un poco más de una hora antes-,  han sido las del mismo Jesús resucitado a sus discípulos: “La paz esté con ustedes”.

Hoy nos encontramos ya en el sexto domingo de Pascua, y en el evangelio según san Juan se nos presenta a Jesús que, en el marco de la Última Cena con sus discípulos, les vuelve a ofrecer paz, con un deseo de superar toda inquietud o temor. Quizás anticipando el desenlace fatal de su vida terrenal, señala que tras su encuentro con el Padre, el mismo enviará un Defensor, el Espíritu Santo, como ayuda para recordar sus enseñanzas y actualizarlas en cada contexto.

Con razón se ha dicho que tras la muerte y resurrección de Jesús comienza el tiempo de la Iglesia y del Espíritu Santo. En cada momento y circunstancia particular, animado por la pertenencia a la comunidad cristiana, cada bautizado ha de recordar las palabras y testimonio de Jesús, para seguirlas en su vida.

La paz es un don esquivo en nuestro tiempo, en los distintos niveles de la existencia: en las relaciones entre los países y al interior de cada país; entre familias y comunidades y al interior de ellas; en las relaciones interpersonales y de cada cuál consigo mismo. Es quizás por lo mismo – por lo esquiva y escasa que es - que es el don más precioso que nos puede ofrecer Jesús presente y actuante en el mundo. Paz queremos y anhelamos en cada barrio tomado por narcotraficantes; en la Araucanía que mantiene un conflicto centenario; en Venezuela, Gaza o en Ucrania; en el corazón de quienes han perdido un ser querido tras un accidente; o en el de quienes se han enterado que sufren una enfermedad incurable; y un largo etcétera de lugares, situaciones y relaciones.

"El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él". Con estas palabras, Jesús no solo nos revela la profundidad del amor divino, sino también una promesa que transforma la vida: Dios no se queda lejos, sino que habita en el corazón de quien lo ama. Este fragmento del Evangelio nos conduce al centro de nuestra fe: la presencia viva de Dios entre nosotros a través del don del Espíritu Santo y la Paz que solo Cristo puede dar.

Mientras acogemos al Papa León XIV como hermano y pastor, renovemos también nuestra responsabilidad personal como discípulos-misioneros. El Espíritu Santo actúa en la Iglesia entera, en cada comunidad, en cada persona que realiza un gesto de reconciliación o una obra de misericordia, en cada palabra que edifica. Seamos activos constructores de la paz creando espacios de encuentro y fraternidad, tendiendo puentes. Abramos nuestras vidas a su acción, y dejemos que la paz de Cristo, que no es como la del mundo, transforme nuestra vida y la de quienes nos rodean.

domingo, 4 de mayo de 2025

Cónclave

En un tiempo de incertidumbre y espera, como el que estamos tras la muerte del papa Francisco el lunes de Pascua, el relato del capítulo 21 del evangelio según San Juan que proclamamos hoy, puede ser inspirador. Tras la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos se hallan algo desorientados, regresando a sus antiguas ocupaciones. Pedro de seguro no se puede sacar de la cabeza que ha negado tres veces a Jesús. Siempre impulsivo, decide volver a pescar, acompañado de otros compañeros. Sin embargo, no les va nada de bien. Tras una noche de trabajo infructuoso, se encuentran con el mismo Jesús que, desde la orilla, les instruye a lanzar las redes una vez más. El resultado es sorprendente: la red se llena de peces.

La reciente muerte del Papa Francisco ha dejado un vacío en la Iglesia Católica. Estamos en un momento de duelo, de agradecer profundamente su dedicación y entrega. Es este también un momento de oración y reflexión. ¿A quién elegir? ¿Para donde orientar la barca de Pedro? Francisco, cuyos gestos de cercanía a los pobres, los refugiados, a quienes sufren toda forma de exclusión, hemos recordado con esperanzadora insistencia estas semanas, fue un faro de esperanza en tiempos de crisis. Su legado, que trasciende las fronteras de la Iglesia Católica, está en manos del Espíritu Santo en la forma de los Cardenales que se reunirán desde este miércoles.

El proceso de cónclave evoca el momento en que los discípulos, guiados por el Espíritu Santo, deben tomar decisiones cruciales. Al igual que en la pesca milagrosa, donde la obediencia a Jesús condujo a un resultado abundante, los cardenales se enfrentan a la tarea de escuchar y discernir la voluntad de Dios para la Iglesia en este momento particular de la historia. La elección de un nuevo Papa no es solo un acto administrativo; es un proceso que requiere profunda escucha, encuentro y reflexión. Les invito a unirse en oración por este propósito.

El nuevo Papa debiera ser un líder que, como Pedro que escucha a Jesús que le habla desde la orilla, inspire determinación, confianza y esperanza. La Iglesia Católica necesita un pastor que pueda seguir guiando a la comunidad hacia un futuro de renovación y compromiso con el mensaje cristiano, en continuidad con el legado de Francisco. Así como los discípulos aprendieron a confiar en las instrucciones de Jesús, que adecuaron a las circunstancias de cada contexto y momento, el nuevo pontífice debiera ser, junto con toda la comunidad católica, en modo sinodal, un faro de luz en un mundo a menudo marcado por la división y la incertidumbre, también al interior de la misma Iglesia.

En este periodo de transición, la historia de la pesca milagrosa nos recuerda que, incluso en tiempos de oscuridad, hay oportunidades de abundancia y renovación. A la triple negación de Pedro, Jesús responde con una triple pregunta: ¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?

La elección de un nuevo Papa será un momento de gracia, una oportunidad para que la Iglesia renazca y reafirme su misión en el mundo. El nuevo Papa no será, como Pedro o como Francisco o cualquiera de los que han tenido esta responsabilidad de servicio, un hombre perfecto, sino muy consciente de su condición de pecador llamado a un particular servicio. Al cambiar la cabeza de la Iglesia el cuerpo entero se renueva. No eludamos la propia responsabilidad que nos cabe a cada cual, desde nuestra particular vocación, y aprovechemos de vivir con mayor radicalidad el regalo de sabernos parte de esta comunidad que no hace otra cosa que seguir los pasos de Jesús.


Fragmento del Evangelio: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”

ACLAMACIÓN AL Evangelio

Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19.

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”.

Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en a orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?” Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” 

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.

martes, 22 de abril de 2025

Descansa en paz, Francisco

Ha muerto el papa Francisco. Con él se ha marcado un momento epocal muy importante en el seno de la Iglesia Católica, iniciado tal vez en el Concilio Vaticano II. Este ha sido un acontecimiento de verdadera mundialización de la Iglesia y de apertura a la modernidad. Con Francisco – Jorge Mario Bergoglio, argentino, jesuita, por años Arzobispo de Buenos Aires – se ha dado concreción a la valoración de las iglesias locales; a un estilo de comunidad más parecido a una mesa en la que caben todos y menos a una monarquía; a alguien que habla el lenguaje de la misericordia y no del castigo o la opresión, entre muchas otras cosas.

Tengo cinco recuerdos personales que me permito compartir en este momento. Cada cual tendrá los suyos.

El primero al momento de su elección el año 2013. Trabajaba entonces como director del Centro Universitario Ignaciano de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago de Chile. Mucha gente comenzó a felicitarme.  “Que bueno que eligieron a un papa jesuita”, decían. Yo, consciente de todas las tensiones vividas en su tiempo de provincial de Argentina décadas atrás, no atinaba más que a mirar con algo de sorpresa. Los gestos que Francisco hizo esos días al asumir – precisamente elegir el nombre del santo de Asís, pedir la bendición al pueblo antes que ofrecerla, presentarse como obispo de Roma, llamar por teléfono a la curia general de la Compañía de Jesús y hablar con el portero para pedir hablar con el padre General, y más - calmaron en parte mis temores y me abrieron con esperanza a su pontificado.

Un segundo momento ha sido la realización de la Congregación General 36 de la Compañía deJesús, en octubre de 2016. Adolfo Nicolás había renunciado a ser superior general de los jesuitas por razones de salud, entonces se inició la convocatoria para elegir al nuevo sucesor de Ignacio de Loyola. Yo estudiaba por esos días en Roma, y me invitaron a sumarme al equipo de liturgia y música de la reunión. Algunos días después de la elección de Arturo Sosa, nos visitó Francisco. Se presentó humildemente como sumo pontífice en la que había sido su casa por tanto tiempo, y volviendo a las fuentes de nuestra espiritualidad nos animó a seguir adelante con nuestra misión de servicio de la fe y promoción de la justicia que esa fe exige. Con mis compañeros jesuitas músicos nos autodenominamos: “la bandita de Francisco”.

Otro recuerdo imborrable ha sido su visita a Chile en enero de 2018. Aunque no pude participar presencialmente, pues me encontraba en Salamanca, España, realizando la tercera probación, su presencia en Chile fue muy significativa. Con menos expectación que la de Juan Pablo II en 1987, y en medio de una crisis mayúscula por el modo como se habían tratado en Chile los casos de abuso en la Iglesia – y también en la Compañía de Jesús en ella – fue una visita muy remecedora que ha marcado un antes y un después. Escribí entonces en el Blog “Cristianismo y Justicia” una reseña de los distintos momentos y discursos de su visita (enlace). Los más significativos, recuerdo, han sido aquellos en los que Francisco apenas ha hablado: la visita a la Cárcel de Mujeres en la comuna de San Joaquín – espacio muy querido que he podido visitar varias veces – y el encuentro con Cristo pobre en el santuario de san Alberto Hurtado. “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”, sugieren los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Así fue.

En cuarto lugar, en noviembre de 2019, celebramos los 50 años del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús con un congreso en Roma. Tuve el regalo de representar a Chile, en tanto que delegado del provincial para el apostolado social y capellán general del Hogar de Cristo. Vinimos de todas partes del mundo a encontrarnos, jesuitas y colaboradores laicos, y tuvimos el regalo de que Francisco nos recibiera en audiencia. Sus palabras nos llenaron de entusiasmo, en sintonía con su encíclica Laudato Si – que cumplirá 10 años este 2025 – y con la más reciente Fratelli Tutti. Su enseñanza nos ha marcado el camino, particularmente en la consideración de la crisis socio ambiental en la que estamos y en los anhelos de fraternidad universal que están inscritos en el cristianismo. Le pude regalar un ejemplar del libro “Ciudad somos todos” que habíamos editado tiempo atrás y también “Migración en Chile” y le pedí un autógrafo, precisamente de mi ejemplar de Laudato Si. Algunas semanas después me llegó una carta agradeciendo estos libros, un gesto que no era necesario pero que atesoro hasta el día de hoy.


Un último recuerdo, ha sido el regalo de recibir su saludo con motivo de los 80 años del Hogar de Cristo en octubre del año pasado. Gracias a Juan Carlos Cruz, que por esos días lo visitaba, conseguimos que nos regalara unas palabras y su bendición, que culminaban con su ya acostumbrada expresión “no dejen de rezar por mí”, con una sonrisa en la cara. Estaba visiblemente cansado, en una silla de ruedas. Ahora que descansa para siempre y creemos goza de la presencia de Dios, seguiremos cumpliendo eso que nos pidió: rezar por él y muy especialmente porque este proceso que se inicia de búsqueda de un nuevo sucesor de Pedro, nos encuentre atentos a la voz del Espíritu, que sopla por donde quiere. ¿Con qué nos irá a sorprender ahora?




domingo, 13 de abril de 2025

Paradojas

Paradojas (Lc. 19, 28-40)

Hoy, con el Domingo de Ramos, entramos de lleno a la Semana Santa en que se nos invita a conmemorar, un año más, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Es el único domingo del año en que se proclaman, durante la celebración de la Eucaristía, dos textos del evangelio. El primero relata la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, e idealmente debe ser leído en algún lugar cercano al templo donde se congrega la comunidad. El segundo, tras la procesión con los ramos y ya adentro del templo, relata su Pasión.

Si toda la vida de Jesús es, en cierto sentido, una gran paradoja, en este domingo la paradoja es total. Afirmamos que Dios se ha hecho hombre en Jesús. El Todopoderoso se muestra frágil. El Ser Eterno se hace tiempo y finitud. ¿Cómo puede ser esto? Entrando en los relatos, somos testigos de otras paradojas: la multitud que aclama a Jesús con palmas como quien recibe al Rey-Mesías, pocos días después dirá a una sola voz: “¡Crucifícalo!”. El que era recibido triunfalmente a la entrada de la ciudad, será luego condenado y derrotado, coronado de espinas, torturado y clavado en cruz, para morir en las afueras de la ciudad. Pedro le jurará fidelidad eterna y a las horas lo traicionará, negando que lo conoce, para salvar el pellejo. Quien se sabía amado y muy cercano a su padre Dios, le susurra desesperado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

La vida entera de Jesús, y en particular los pasajes de los evangelios que iluminan estos días santos, son espejo de nuestra propia vida. ¿Quién no se ha sentido así abandonado ante alguna situación penosa y difícil? ¿Quién no ha confundido lo que está bien con lo que le conviene? Se ha dicho que los evangelios no son más que relatos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, con una introducción más o menos larga que da cuenta de su vida, los milagros realizados, las enseñanzas comunicadas a sus discípulos y la oposición creciente que despierta en los grupos dirigentes, tanto políticos como religiosos, que lo llevan a un desenlace fatal en Jerusalén. Quienes queremos seguir los pasos de Jesús hemos de saber que en algún momento algo similar nos debiera ocurrir, en fidelidad a sus enseñanzas.

En esta semana seremos testigos una vez más de la fuerza destructora del mal y la violencia, del daño que provoca el poder ejercido sin contrapesos, de la ambición desenfrenada que lleva a traicionar, del miedo que inmoviliza y hace tomar distancia ante una injusticia flagrante. Y al mismo tiempo de la fuerza redentora de una vida entregada por amor.

Hemos sido testigos este último tiempo de una polémica en torno al feriado por Viernes Santo, también atravesada por paradojas o valores aparentemente contradictorios. Un día de recogimiento y reflexión, también de descanso y encuentro en familia, puede ser un día de ventas ganadas o pérdidas para el retail. ¿A qué queremos darle más valor en nuestras vidas?

Les invito a aprovechar de buena forma esta Semana Santa, a cuidar aquello que es fundamental. Puede ser esta una ocasión de volver a participar en la vida de la comunidad, tan debilitada durante la pandemia. O de ir a ver a alguien que pensamos está solo, ejercitando una obra de misericordia. Volvamos a las Iglesias. Llevemos a los niños a las distintas celebraciones, que son muy elocuentes, hablan por sí mismas, y nos mostrarán lo medular de la fe cristiana: Jesús por fidelidad a su misión se presenta como servidor de la humanidad, ofrece su vida por amor, y desde la muerte y el sufrimiento más brutal, es levantado para iluminar nuestros pasos. Abrámonos a la esperanza de que Dios conduce la historia y a nosotros en ella, aunque las paradojas presentes en nuestra comprensión de la realidad no nos permitan ver por ahora hacia donde nos lleva.

 

Fragmento de la Escritura “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal. 21)

domingo, 23 de marzo de 2025

Conversión

 Conversión (Lc. 13, 1-9)

Ya nos encontramos en el tercer domingo de cuaresma. Ha comenzado, en el hemisferio sur, el otoño. Comienzan a ser los días más breves que las noches. El implacable tiempo avanza, y nos urge a hacer lo que tenemos que hacer, aquí y ahora. No hay momento que perder. Sin horizonte hacia el que caminar, ni proyecto que concretar, la vida puede ser poco más que una sucesión de días, rutina que agota y corre el riesgo de ser muy poco fecunda.

El texto del Evangelio según san Lucas que proclamamos hoy es una exhortación a la conversión: desde una vida infecunda a una que dé frutos. En la tradición espiritual cristiana se ha hablado de un doble movimiento al referirnos a la conversión. El primero sería la “conversión de”, y el segundo, quizás más importante aún, la “conversión para”.

Pidamos la gracia de la “conversión de” todo aquello que nos impide encontrarnos verdaderamente con Dios y con quienes viven a nuestro lado; dejemos atrás las prácticas o las omisiones cotidianas que tengan algún asomo de pecado. Puede ser útil mirar, para un examen de conciencia, la lista de los llamados pecados capitales: ira, pereza, lujuria, envidia, avaricia, gula, soberbia. ¿Dónde te aprieta el zapato? ¿Dónde flaquea tu voluntad? ¿En qué situaciones le haces daño a otros o incluso a ti mismo?

Requerimos también la “conversión para”. Se trata de transformar nuestras vidas para más amar y servir, a Dios, al prójimo, a uno mismo. Puede servir considerar, en contraposición a los pecados del párrafo anterior, las virtudes: paciencia, laboriosidad, castidad, caridad, generosidad, templanza, humildad. ¿En cuál de ellas te sientes llamado a crecer? ¿Qué nuevos hábitos sería bueno cultivar? ¿Qué deseo de bien está inscrito en tu corazón y que requiere un cauce por dónde fluir?

En ambos casos, al hacer un examen de conciencia, es conveniente tener en cuenta los distintos aspectos de nuestra vida: la dimensión familiar o de amistades; la del trabajo o estudios; la de la vida espiritual; la participación en la comunidad; el vínculo con el medio ambiente, y más. Y puesto que podemos tender al autoengaño, puede ser de ayuda conversar de estos asuntos con alguien que nos conozca y nos ayude a ver nuestros puntos ciegos. Hoy a eso le llaman coach y poniéndole el nombre que queramos es una buena estrategia, cuando queremos hacer algún cambio en nuestras vidas, compartir el propósito. Si el tiempo y la devoción te alcanzan, acércate a una Iglesia y pide celebrar el sacramento de la reconciliación. Es una de las invitaciones que se nos hace especialmente en este año jubilar.

Entre quienes nos decimos seguidores de Jesús la actitud fundamental debiera ser la de estar abiertos a la novedad siempre renovadora del Espíritu, que nos puede hacer abrir los ojos a la realidad y necesidades de quienes viven a nuestro alrededor, y también a nuevas posibilidades para nuestras propias vidas. El ciclo anual de celebración de la cuaresma, que nos introduce en el misterio central de nuestra fe que celebraremos en la semana santa, puede ser un buen tiempo de poda. Dejemos atrás lo que es impedimento para más amar, y abracemos aquello que nos acerca más a Jesús y la plenitud de vida que nos ofrece: esa es la meta de vencer los vicios y abrazar las virtudes, no un mero afán de perfección ni solo un ejercicio de la voluntad, sino el encuentro transformador con quien es la fuente de todo bien.


Fragmento del evangelio: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás” (Lc. 13, 9)

 

ACLAMACIÓN AL Evangelio Mt 4, 17

Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”, dice el Señor.

 Evangelio

Si no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 1-9

En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:

¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera”.

Les dijo también esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?”

Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás””.

domingo, 2 de marzo de 2025

Apagón

Mientras escribo estas letras, en muchas partes comienza el carnaval. Una antigua tradición considera, ante el comienzo de la cuaresma el miércoles de ceniza –en tres días más– estos días de fiesta y desenfreno ante la inminencia del prolongado ayuno y penitencia al que se nos invitará para disponernos a la celebración de la Semana Santa.

              El texto del Evangelio según san Lucas que proclamamos hoy es, a diferencia de otros relatos, una colección de frases de Jesús de Nazaret en su comunicación con sus discípulos. Son una invitación a la humildad. A no apuntar a nadie rápidamente con el dedo. A ser exigentes primeramente cada cual consigo mismo. A juzgar a las personas por el fruto que dan. La pregunta de obertura es un concentrado de sabiduría: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”.

              ¿De qué forma estas enseñanzas pueden iluminar nuestras vidas hoy? Hace algunos días estuvo todo Chile, literalmente, a oscuras. Una falla en el sistema interconectado hizo “saltar los tapones” y puso todo patas para arriba, con el Metro y los semáforos que dejaron de funcionar, los enfermos electro dependientes en riesgo, el Festival de Viña que debió suspenderse... Me llamó la atención la reacción de muchas personas que, enojadas con razón, apuntaban a los eventuales responsables: las empresas que debieran tener un protocolo eficaz y ágil; el coordinador que tendría que tener mecanismos adecuados para reaccionar; el gobierno que debiera vigilar oportunamente su funcionamiento; tantos permisos para las inversiones necesarias para fortalecer el sistema que las demoran, y un cuánto más. Cierto es que por un largo rato quedamos ciegos, sin información verídica sobre la razones del problema. Esperemos que pronto se hagan públicas las causas del apagón, y tendrán que ponerse los medios al más alto nivel para evitar una nueva falla similar.

              En otros ámbitos de nuestra vida también parecemos estar ciegos. Deslumbrados por el relativo éxito, podemos dejar de ver a quienes van quedando al lado del camino. Encandilados por las luces del progreso, podemos creer erradamente que hemos logrado superar la pobreza. Aturdidos por amenazas externas que percibimos –la migración desbordada, por ejemplo–, metemos en el mismo saco de la “delincuencia” a personas que son buenas y vienen a aportar.  En algunos espacios me ha llamado la atención lo rápido que tendemos a dar consejos, sin siquiera terminar de escuchar, cuando alguien comparte un problema o un dolor.

Esa es otra forma de ceguera.

              Les deseo que la cuaresma que comienza este miércoles sea un tiempo propicio para pedir la conversión del corazón. Que dejemos de lado todo aquello que nos hace crecer la soberbia y crezcamos en humildad. Y que crezca en nosotros la conciencia de ser con los demás, que nos necesitamos unos a otros, que somos una comunidad, y que siguiendo los pasos y enseñanzas de Jesús alcanzaremos vida en plenitud. Que demos frutos abundantes para el bien común y especialmente para los más pobres entre nosotros.

 

 

Fragmento del evangelio: “Cada árbol se reconoce por su fruto (Lc. 6, 44)

 

De la abundancia del corazón habla la boca.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 39-45

Jesús hizo esta comparación:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

domingo, 9 de febrero de 2025

Llamadas

En el texto del evangelio según san Lucas que se nos ofrece hoy, contemplamos como Jesús llama a sus primeros discípulos, entre un grupo de pescadores. Han estado infructuosamente pescando toda la noche y Él se les acerca para enseñar, desde la barca de Simón, a la multitud. Al terminar de hablar les pide a los pescadores que vuelvan a echar las redes mar adentro. Lo hacen y las llenan de pescados, y se llenan también de temor. ¿Quién es éste que en medio de nuestras desilusiones nos anima a perseverar y eso da mucho fruto? Entonces Jesús los llama, lo dejan todo y le siguen.

En los Ejercicios Espirituales, san Ignacio de Loyola invita a hacer elección sobre la propia vida. Se trata de liberarnos de nuestros afectos desordenados para buscar, hallar y elegir la voluntad de Dios. Distingue dos tipos de elección, las que son inmutables; o sea, las que se toman de una vez para siempre –como casarse, entrar a la vida religiosa, formarse para ser cura– y otras que luego se pueden cambiar, como quien hace reforma dentro de la vida que ha elegido.

Estamos inmersos en una crisis mayor de todo compromiso definitivo, cada vez menos personas se casan o ingresan a los seminarios o a la vida religiosa. ¿Quién puede y quiere comprometerse para siempre?

Mientras tanto, y desde hace tiempo, la inmensa mayoría de las personas no tiene muchas posibilidades de elegir: determinadas por el lugar de origen, por el tamaño de la billetera de su familia, se sabe cuáles son sus alternativas posibles. Salvo alguno que otro que destaque o se escape del montón, más o menos se sabe en qué va a terminar, atado por su época, su rebaño, la masa que le da identidad y horizonte de sentido. Añoramos la libertad y la autonomía, y es un bien más o menos esquivo para las grandes mayorías.

Pero incluso entre quienes no pueden elegir qué estudiar, a qué dedicarse, con qué ganarse la vida, siempre es posible elegir el modo de vivir aquello que toca, amando y sirviendo como enseña Jesús, atento a las necesidades que se observan alrededor, construyendo comunidad que sostiene y da sentido de pertenencia, ofreciendo la propia vida para la vida de los demás y para la felicidad propia.

Cada momento tiene sus dolores que aliviar, sus epopeyas que acometer, sus obstáculos que traspasar. Miremos Chile. Si décadas atrás campeaba en nuestro país la desnutrición, hoy lo hace la obesidad. Si alguna vez la patria o el partido o alguna idea mayor podía ser motivo para ofrecer la vida, hoy quizás un ser querido o una camiseta o una mascota lo sea. Si antes no había escuelas ni profesores para todos los niños, hoy una buena proporción de quienes van al colegio no aprenden bien a leer ni a escribir. Si antes quienes migraban a nuestras grandes ciudades venían del campo, hoy lo hacen quienes arrancan de otros países, en ambos casos buscando nuevos horizontes de bienestar. Algunos de estos cambios se visualizan en nuestro libro “1944-2024: 80 avances para reducir la pobreza en Chile”, el que recomiendo como lectura para estas vacaciones. Búsquelo en el sitio web del Hogar de Cristo, se puede descargar gratis.

Cada uno de estos dolores, epopeyas, obstáculos, tiene una llamada inscrita. Necesitamos despertar vocaciones que las atiendan, que perseveren en la búsqueda de soluciones y no se desanimen ante las dificultades. El privilegio de poder elegir encierra una gran responsabilidad. Mirando alrededor, ¿escucha alguna llamada? Todo comienza por tener abiertos los sentidos, y escuchar en profundidad cuál es la necesidad que requiere una respuesta instruida, convocante y generosa. ¡Adelante!

 


Fragmento del evangelio: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes (Lc. 5, 5)

 

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  5, 1-10

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Navega mar adentro, y echen las redes.

Simón le respondió: Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.

Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.