domingo, 9 de noviembre de 2025

Cuentos

Cuentos (Lc. 20, 27-38)

El Evangelio de este domingo nos presenta una conversación curiosa entre Jesús y un grupo de saduceos que niegan la resurrección. Para ponerlo a prueba, le cuentan una historia inverosímil: siete hermanos que se casan sucesivamente con la misma mujer, y le preguntan de quién será esposa en la resurrección. Jesús no cae en la trampa del razonamiento absurdo. Les responde que “los que son dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección… ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”. Y concluye: “Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes, porque todos viven para Él”.

Los saduceos cuentan un cuento para reírse de la fe, pero Jesús les cambia el cuento. Les abre el horizonte: no se trata de imaginar la otra vida como una copia mejorada de esta, sino de confiar en un Dios que hace vivir, que sostiene la vida aun donde parece acabarse.

Creer en la resurrección no es solo esperar un “más allá” después de la muerte. Es también creer en un “más allá” después de cada pérdida, de cada final, de cada caída, de cada decepción personal o colectiva. Es creer que la historia —la nuestra, la de Chile— puede volver a levantarse cuando parece gastada o repetida.

Hay muchos cuentos que pueden paralizarnos: “ya no hay nada que hacer”, “todos son iguales”, “nadie cambia”, “el país está perdido”, “sálvese el que pueda”. Son los cuentos que niegan la resurrección. Pero también hay otros, los que nacen de la esperanza: “podemos recomenzar”, “podemos mirarnos de otro modo”, “podemos sanar”, “construyamos comunidad”. Estos cuentos no se inventan por ingenuidad, sino porque creemos que Dios sigue actuando, que no está del lado de lo que muere, sino del lado de lo que vive.

A una semana de que en Chile elijamos nuevamente autoridades, es fácil dejarse llevar por el escepticismo, la desconfianza o cuentos baratos que solo infunden temor y división. Sin embargo, también en la vida pública podemos creer en la resurrección: en la posibilidad de que surja algo nuevo, más allá del cansancio, del desencanto, del “ya nada sirve”. La fe cristiana invita a mirar más allá del cálculo político o del interés inmediato, y a preguntarnos si, en lo profundo, seguimos creyendo que la vida puede renacer, que las comunidades pueden sanar, que los pueblos pueden volver a confiar, que podemos cultivar el bien común.

Jesús no discute con los saduceos en el terreno de las leyes o los absurdos; los invita a cambiar de mirada. A mirar la vida desde Dios, el Dios de los vivientes. Quizás también nosotros, en medio de nuestros propios cuentos, estamos invitados a lo mismo: a pasar del cuento de la desesperanza al cuento de la vida nueva. Porque, como dice el Evangelio, Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Y si todos vivimos para Él, entonces siempre hay un “más allá” posible: más allá de la muerte, más allá del miedo, más allá de la división, más allá del desencanto. El desafío, personal y colectivo, es creerlo… y contarlo así.

“Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él.” (Lc. 20, 38)


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: ‘Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda’. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él.”
Palabra del Señor




domingo, 19 de octubre de 2025

Catetear

El evangelio de este domingo nos muestra, en una parábola, a una viuda que insiste una y otra vez ante un juez indiferente. No tiene poder, ni pitutos, ni dinero; sólo su obstinación. Su única fuerza es su porfía. Jesús la pone como ejemplo de fe: “Es necesario orar siempre sin desanimarse”. En lenguaje chileno, podríamos decir que esta mujer se atrevió a catetearle a la vida, y no dejó de hacerlo hasta que llegó la justicia.

Cuántas veces, frente a la indiferencia de las autoridades, a la lentitud del sistema, a la burocracia de las instituciones, lo único que queda es la insistencia. Se habla con cierta liviandad de quienes “se saltan la fila”, pero la verdad es que la fila es bien grande, hay pocas posibilidades de saltársela realmente y poco avanza, en varios frentes, para personas como esta viuda. En un país donde muchos sienten que “nada cambia”, la parábola nos recuerda que la perseverancia humilde a la larga puede mover montañas. La fe cristiana no es resignación pasiva: es esperanza activa, que insiste, que molesta, que no se calla, que catetea.

Vivimos tiempos en que cuesta creer y confiar. Los procesos se alargan, la violencia hiere, la pobreza relativa se recrudece, y los sueños colectivos parecen desdibujarse o hacerse inalcanzables. Pero Jesús nos pide no rendirnos, seguir orando, seguir actuando, seguir cateteando por el bien. Orar no es escapar del mundo: es mantener viva la convicción de que otro mundo es posible, y que Dios escucha el clamor de su pueblo, aunque a veces parezca que tarda la respuesta.

La viuda del evangelio podría ser una madre o una abuela que clama por buena educación para sus hijos o nietos; una dirigenta vecinal que no se cansa de pedir mejoras, en la iluminación, la seguridad, espacios laborales decentes; una persona en situación de calle que vuelve a golpear puertas o que quiere restaurar vínculos rotos; o un voluntario que sigue sirviendo aunque nadie lo aplauda. En ellos se encarna esa fe testaruda que sostiene la historia, cuando las instituciones que han sido creadas para cuidar el bien común parecen perder el rumbo.

“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”, pregunta Jesús al final. Dado el ejemplo que usa, quizás no se refiere sólo a la fe religiosa, sino también a esa confianza básica de que vale la pena seguir intentando. Esa fe que nos hace creer que el bien puede asomarse incluso en los lugares más insospechados, como en el derroche de colores que se ve por estos días en el desierto florido.

En tiempo de elecciones, vale la pena escuchar a quienes son como esta viuda: aquellos que no se cansan de pedir, de participar, de construir comunidad, de exigir justicia con esperanza. Catetear por amor, catetear por dignidad y, sobre todo, catetear por los que no tienen voz.

Orar siempre sin desanimarse es también seguir trabajando sin perder el propósito, seguir creyendo sin ingenuidad, seguir insistiendo sin odio. Catetear por un país más fraterno y justo no es fastidiar: es amar con paciencia. Y quizá Dios mismo, al ver tanta porfía buena, sonría y diga: “Vale la pena escuchar a estos catetes de la esperanza”.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Abismos

El evangelio de este domingo presenta una parábola original de Lucas, tan breve como elocuente: un hombre rico, que ofrece abundantes banquetes cada día, y un pobre, Lázaro, tendido a su puerta, que no tiene qué comer. Entre ambos se abre un “gran abismo” que, tras su muerte, ya no podrá cruzarse. No se trata primeramente de una condena a la riqueza, sino de una denuncia a la indiferencia. El drama no es tanto la desigualdad de bienes, como la ceguera o indolencia frente al sufrimiento o la necesidad del otro que está cerca.

La imagen del “abismo” resulta inquietantemente actual. En el mundo en que vivimos hay abismos de distinta naturaleza, profundas barreras de exclusión, y algo similar ocurre en nuestro país. Convivimos con fracturas profundas, relacionadas con el bienestar y la autonomía de cada cual, y el acceso a bienes y servicios: la brecha educativa y de salas cuna, que marca la vida de niños según el barrio donde nacen; la diferencia en salud, hay quienes esperan años en listas de espera por una atención oportuna; en el mundo del trabajo informal y precario, muchos quedan fuera de la seguridad social; o el quizás más visible y doloroso: las personas que viven en situación de calle, rostros concretos que nos interpelan cada día, cuando las vemos.

Lo más grave de esos abismos no es solo su existencia, sino la tentación de acostumbrarnos a ellos, de volverlos paisaje. Como el rico de la parábola, podemos pasar delante de los Lázaros de hoy sin verlos, sin que su dolor nos afecte.

¿Qué hacer entonces? El primer paso es reconocer que estos abismos, mientras tengamos vida y posibilidades de reaccionar, son de algún modo formas de relacionarnos en nuestra convivencia cotidiana y, por lo tanto, pueden ser transformados. Se requieren instituciones y políticas públicas sostenidas, pertinentes y evaluadas en base a la evidencia disponible; también un compromiso empresarial que entienda la inversión social y el vínculo con la comunidad como parte de su rol; autoridades que se entiendan como servidores del bien común, con empatía y cercanía particularmente con quienes por sí mismas no pueden ponerse de pie; y ante todo una ciudadanía que no se resigne a la indiferencia. Pequeños gestos cotidianos de cercanía y fraternidad pueden hacer grandes diferencias también. Los puentes no se improvisan, se construyen: con diálogo, con acuerdos transversales y con gestos concretos de solidaridad que restituyan dignidad.

Hoy, último domingo de septiembre, es el día de oración por Chile. Hemos celebrado las Fiestas Patrias y estamos a seis semanas de una elección presidencial y parlamentaria, con la posibilidad cierta de abordar nuestras alegrías, dolores y desafíos comunes, en debates y distintos espacios de conversación. Hagámosle frente a la desconfianza y fragmentación encontrándonos y conversando con fraternidad y profundo respeto. La parábola de Lázaro y el rico es pertinente. Nos recuerda que el costo de no ver al otro es terminar separados por un abismo que a la larga, para todos, se hace infranqueable. El momento de reaccionar es ahora. Y la tarea es de todos: levantar un pacto social que ponga en el centro a los más frágiles entre nosotros, porque solo así los abismos se transforman en puentes hacia un país más justo y humano.

“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”. Lc. 19, 31

Evangelio del día

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. 

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.

“Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”.

El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”.

Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. 

“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.

Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Seguimos

El evangelio de este domingo nos sitúa frente a la radicalidad del seguimiento de Jesús. La escena es elocuente: una multitud seguía sus pasos, fascinada por sus palabra y gestos, y Él, en lugar de aprovechar la popularidad, los millares de seguidores, se da vuelta y les pone condiciones exigentes. No se trata de sumar muchos adeptos ni de cautivar simpatizantes, sino de mostrar la seriedad del camino. El discípulo, dice Jesús, ha de ponerlo en primerísimo lugar, incluso por encima de vínculos tan robustos como los de la propia familia. Ha de cargar con su cruz y calcular los costos antes de emprender la obra.

No es una invitación ligera. Jesús quiere discípulos lúcidos, no ilusionados. Nos recuerda que la vida no se construye con improvisaciones ni con entusiasmos pasajeros. La fe requiere perseverancia, renuncia y un realismo que evite la ingenuidad. Sin embargo, al mismo tiempo nos advierte de algo esencial: nuestras propias fuerzas no bastan. Si confiamos solo en nosotros mismos, corremos el riesgo de empezar la torre y no poder terminarla. La fe cristiana nos abre los ojos a la verdad más honda: la vida es don, gracia recibida, ayuda de Dios y de los demás.

Esta enseñanza evangélica resuena con fuerza en medio de un año electoral. Nos rodean promesas abundantes que, a menudo, no se hacen cargo de los límites ni de las condiciones reales del país. Escuchamos discursos que ofrecen soluciones rápidas, sin medir del todo los costos ni reconocer fragilidades. Como ciudadanos, necesitamos políticos que digan la verdad, que asuman con humildad que el bien común se construye de manera colectiva y con renuncias compartidas, no con slogans vacíos.

En el Hogar de Cristo y otras organizaciones de inspiración cristiana lo experimentamos día a día. Acompañar a quienes viven la exclusión no es fruto de un voluntarismo heroico, ni de un puñado de buenas intenciones. Es una obra que se sostiene gracias a la generosidad de muchos, a la confianza en la fuerza de Dios y a la perseverancia humilde en medio de la precariedad. Descubrimos que la radicalidad de Jesús no es un imposible reservado para unos pocos, sino la invitación a abrirnos al don que no podemos inventar. Seguirlo no es presumir de fuerzas propias, sino confiar en que su gracia completa nuestra debilidad.

Quizás, en este tiempo, lo que más necesitamos no es escuchar nuevas promesas, sino recuperar la esperanza realista y humilde que brota de reconocer nuestros límites y, a la vez, nuestra capacidad de ayudarnos mutuamente. La radicalidad evangélica nos recuerda que no podemos solos, y que solo desde la interdependencia, la verdad y la solidaridad se edifica una sociedad más justa.

Y mientras miramos con esperanza el futuro, también esperamos en pocas semanas la primavera y las Fiestas Patrias que se acercan. Son un tiempo para celebrar la vida, para reencontrarnos con nuestra tierra, con nuestras tradiciones y con la alegría compartida. Que este septiembre nos ayude a recordar que las grandes obras, en la fe, la Iglesia y la sociedad, se construyen juntos, con la confianza puesta en Dios y en los demás.

“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” Lc. 14-33

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 25-33

Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. 

 

domingo, 17 de agosto de 2025

Fuego

 Fuego (Lc 12, 49-53)

El evangelio que proclamamos hoy nos sorprende con palabras de Jesús que no suenan tranquilizadoras: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (…) No he venido a traer paz, sino división…”. Este mensaje no busca una paz cómoda ni acuerdos superficiales, sino una verdad que transforma, aunque duela. Un fuego que purifica, que nos obliga a tomar partido, incluso si eso significa distanciarnos de personas queridas.

Este fuego no es de destrucción, sino de amor exigente, como el que ardía en el corazón de San Alberto Hurtado. Él encendió Chile con una llama que iluminó los oscuros rincones de nuestras ciudades, a los pobres, y con esa luz desafió a los indiferentes y despertó conciencias.



El Hogar de Cristo, que se honra de tenerlo por fundador y que hoy pertenece a todos los chilenos, no fue un refugio asistencialista, sino un movimiento que distinguía lo que es humano de lo que degrada, aun a costa de incomodar. Hurtado fue, como se decía al tiempo de su muerte, “un fuego que enciende otros fuegos”.

En Chile estamos en pleno tiempo de elecciones. El evangelio nos recuerda que hay causas que valen más que cualquier cálculo político o conveniencia personal: la justicia, la dignidad de cada persona, la lucha contra la pobreza y la exclusión. En el Hogar de Cristo hemos presentado hace algunas semanas a quienes aspiran a la presidencia nuestras propuestas “Hacia un Chile sin pobreza”, construidas en base a evidencia y con testimonios elocuentes de quienes han sido protagonistas de su propia superación. Pablina, Héctor y Mirna nos contaron sus historias con convicción y profunda dignidad. Ellos no piden caridad humillante, sino oportunidades reales: ser tratados no como víctimas, sino como personas plenas, sujetas de derechos y agentes de su propia vida. El apoyo activo de organizaciones de la sociedad civil y también de instituciones del Estado, colaborando estrechamente, ha sido gravitante en sus vidas.

Mañana lunes 18 de agosto, Chile celebra el Día Nacional de la Solidaridad en memoria precisamente del Padre Hurtado. Esta fecha no debiera ser solo ocasión de un homenaje inerte, sino un llamado a encender nuestra propia llama, a dejar que el fuego del evangelio nos mueva a actuar, con la mirada atenta a lo que ocurre entre nosotros, especialmente entre quienes por distintas razones van quedando al lado del camino. En ese marco entregaremos al presidente Gabriel Boric, quien visitará la tumba del padre Hurtado para poner sobre ella una rama de aromo, la primera versión de la “Cartografía Social de Chile”, elaborada con los pies en la tierra por organizaciones inspiradas en su legado.

Esos testimonios, esta memoria viva, los anhelos profundos que nos mueven, nos muestran que la verdadera paz se forja cuando se derriban las barreras que impiden a tantos chilenos desplegar sus talentos y contribuir al bien común. Esa paz, como la que anunció Jesús, no siempre es tranquila: separa la indiferencia de la compasión activa; la comodidad de la solidaridad; la injusticia de la dignidad.

Este domingo, el evangelio y la vida de Alberto Hurtado nos interpelan a encender y sostener ese fuego. No para destruir, sino para iluminar caminos; no para enemistar por enemistar, sino para que arda lo único por lo que vale la pena arriesgarlo todo: la dignidad del hermano, el “nosotros” del que somos parte, la justicia que incluye y la esperanza que transforma.


Evangelio

No he venido a traer la paz, sino la división

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 49-53

Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! 

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

lunes, 11 de agosto de 2025

Empresas al servicio del bien común

Agosto, mes de la solidaridad, nos recuerda la vida y obra de san Alberto Hurtado, quien no solo fue un gran sacerdote y fundador del Hogar de Cristo y USEC, entre otras organizaciones, sino también un apasionado divulgador de la Doctrina Social de la Iglesia. En un tiempo como el nuestro, a más de 70 años de su muerte, su legado sigue siendo profundamente actual, y puede interpelar especialmente a quienes, desde el mundo de la empresa, tienen en sus manos herramientas poderosas para transformar la sociedad.

En el Hogar de Cristo y sus Fundaciones Súmate y Emplea, día a día estamos cerca de rostros concretos de exclusión: personas sin techo, que viven en las calles; adultos mayores que sufren mucha soledad; jóvenes descartados, sin claras perspectivas de desarrollo personal y laboral. Aunque sea un buen comienzo, no basta con sentir compasión. Como decía san Alberto: “la caridad comienza donde termina la justicia”. Por eso, necesitamos empresas, y personas dentro de ellas, que tengan la mirada amplia, capaces de identificar los dolores del entorno y, a la vez, de potenciar con decisión las capacidades y la autonomía de sus trabajadores, y desde ahí de quienes más lo necesitan.

La Doctrina Social de la Iglesia propone una comprensión del rol social de la empresa que va mucho más allá de la rentabilidad. No se trata de filantropía ocasional, sino de comprender que toda empresa es una “comunidad de personas” situada en un contexto particular, que existe para crear valor y riqueza; generar empleo digno y oportunidades de desarrollo; cuidar el medio ambiente –nuestra “casa común” a decir del papa Francisco– y también contribuir al bien común. La empresa, cuando es conducida con visión ética y sentido de misión, puede ser –y lo ha sido en nuestro país con notables resultados– un verdadero agente de transformación.

Hoy, cuando la pobreza vuelve a estar en el debate público y a hacerse más visible —no porque haya aumentado de golpe, sino porque la medimos mejor—, se vuelve urgente un compromiso empresarial que no sea sólo reactivo, sino profundamente proactivo. Promover prácticas laborales justas y aumentar la productividad; invertir en formación y en creación de nuevas competencias; innovar con propósito, favorecer la vida familiar y la crianza; integrar a los más excluidos a través del trabajo: todo esto forma parte de una manera robusta de entender la solidaridad.

En un país fragmentado, la empresa puede ser también un lugar de encuentro y pertenencia. En un mundo y tejido social tan heridos, puede ofrecer caminos de reconciliación. Y frente a una cultura del descarte, puede abrir espacio a una cultura del cuidado. San Alberto soñaba con un Chile más justo, fraterno y humano. Ese sueño es también tarea para los líderes empresariales de hoy. 

Construyamos juntos un país que no margine, sino que integre; que sea inclusivo, no extractivo; que no explote, sino que dignifique; que no contamine, sino que cuide. Esa es la solidaridad que necesitamos hoy: exigente, concreta, y profundamente humana. ¡Cuidemos el alma de Chile!

(Publicado en el sitio web de USEC Empresas al servicio del bien común – P. José Francisco Yuraszeck – Usec)

domingo, 27 de julio de 2025

Pidan

Pidan (Lc. 11, 1-13)

La súplica de los discípulos de Jesús en el Evangelio de Lucas –“Señor, enséñanos a orar” – resuena en nuestros oídos. Jesús les ofrece una oración sencilla, concreta y poderosa: el Padre Nuestro. Y enseguida agrega una interpelación a la acción: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.

Estamos en año de elecciones y, con ello, suele desatarse una avalancha de pedidas. Todos piden: unos piden votos; otros cambios profundos; cada cual pide según su propio interés; juntos debiéramos pedir cuidar el bien común. Total, en pedir no hay engaño.

Entre tanto ruido, emergen datos que duelen, y mucho. Hace algunas semanas conocimos la propuesta de actualización del modo como se mide la línea de pobreza, y lo que parecía un avance –haber bajado al 6.7% de pobreza por ingresos– se revela como un cierto espejismo. Con la nueva metodología, ese número llega al 22.3%. Una de cada cinco personas en Chile. No es que más personas se empobrecieran de la noche a la mañana, sino que ahora lo evaluamos mejor.

Como sociedad, cuando pareciera que el germen del individualismo nos ha enfermado de autosuficiencia, podríamos paralizarnos frente a esas cifras. O bien podríamos, como los discípulos, volver a lo esencial: pedir, en el sentido profundo de una súplica que nace de la necesidad, de la conciencia de lo que somos y lo que nos falta.

Recordé una antigua performance de Mauricio Redolés con repeticiones sucesivas de “¡No tengo!”. Redolés retrata la fragilidad de las promesas y estrategias en tiempo de campaña electoral, así como la tentación de las apariencias sin sustento. “No tengo, pero si tuviera, para no convidarles, les diría que no tengo”. Como país, muchas veces hemos vivido así: negando lo que tenemos, o utilizando indicadores que tranquilizan más que interpelan.

En el Evangelio, Jesús no niega la necesidad. No dice “confórmense”, ni “aguántense”, ni “no molesten”. Dice: pidan. O sea, reconozcan su interdependencia, atrévanse a nombrar sus anhelos, expongan sus heridas. Y cuando enseña a orar, pone en sus labios peticiones tan básicas como el pan de cada día, el perdón de las ofensas, la fuerza para no caer en la tentación. Es una invitación a una espiritualidad profundamente encarnada, profundamente humana.

En el Hogar de Cristo, lo vemos a diario. Gente que pide. No sólo comida o techo, sino escucha, respeto, acogida. Y no se trata de caer en un paternalismo humillante, sino del gesto más profundamente humano: decirle al otro “te necesito”. Pedir implica también abrirse a la respuesta del otro, iniciar una conversación. Cuando pedimos, nos reconocemos vulnerables y necesitados. Reconocer nuestra común vulnerabilidad puede ser camino para construir una verdadera comunidad.

Quizás este tiempo electoral sea una ocasión para volver a pedir bien. No pedir más promesas vacías, ni soluciones fáciles, ni repetir lo mismo esperando resultados distintos. Pedir una política que mire a los más pobres con honestidad, que ofrezca caminos para ampliar sus posibilidades y capacidades a una vida mejor, y también que no maquille las cifras. La buena noticia es que pedir no es inútil. Lo dice el mismo Jesús: pidan y se les dará. Claro, no siempre la respuesta puede ser de inmediato ni exactamente como esperamos. Pero lo esencial viene de la fe de sabernos hijos, del mejor sabor que tiene el pan compartido, de ir forjando una comunidad que acoge, y la esperanza que se renueva todas las veces que las personas se congregan para orar.

 

Evangelio

Pidan y se les dará

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 1-13

 

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.

Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. 

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”

Palabra del Señor


domingo, 6 de julio de 2025

En Misión

Este domingo, el Evangelio nos muestra a Jesús enviando de dos en dos a sus discípulos. Es una escena luminosa, en perspectiva de sinodalidad: todos hemos de comprendernos en misión. No solo es asunto del papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas. La misión comienza con el anuncio de la paz. Les dice Jesús: “Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. No es este un saludo trivial, sino una oferta real. La paz es don de Dios, y también tarea humana: se ofrece, pero debe ser acogida y construida, como quien va urdiendo una red.

¿Puede acogerse hoy esa paz en un Chile marcado por la desconfianza, la polarización y el miedo? El Evangelio responde con una convicción fuerte: sí, si reconocemos que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros. Pero para verlo, hay que cambiar la forma de mirar y de caminar. Jesús no envía a sus discípulos con seguridades. Les pide ir sin dinero, sin provisiones, sin calzado, haciéndose totalmente dependientes de la hospitalidad de los demás. En vez de acumular poder o provisiones, he aquí un llamado a confiar en la providencia.

Esto es profundamente contracultural. En tiempos en que se valora con razón la autonomía y la autosuficiencia, Jesús propone el abandono confiado. Los discípulos —también quienes nos decimos cristianos, discípulos de Jesús hoy— estamos llamados a vivir desde la sencillez, abiertos a todo encuentro, sabiendo que la paz no se impone, sino que se ofrece. Lo interesante, insisto, es que esta misión no está reservada a unos pocos: el número setenta y dos sugiere totalidad. Cada uno de nosotros ha de comprenderse formando parte de los discípulos enviados, cerca de donde vive, como testigo del Reino. En el marco del Jubileo que estamos viviendo este año 2025, es tiempo de ponerse a caminar, y cruzar las puertas santas que están en algunos templos, pero también en cada periferia.

La misión no consiste en “convertir al otro”, sino en compartir la alegría de una vida nueva. El Reino no es un lugar lejano ni un futuro incierto: es una presencia que se hace visible en cada gesto amoroso de hospitalidad, misericordia, acogida y perdón. Cuando los discípulos regresan, emocionados por los frutos de su misión, Jesús les responde con palabras desconcertantes: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal retrocede cuando la paz se siembra, anuncia y vive.

Pero enseguida Jesús les enseña, con sabiduría: “No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. No se trata por tanto solo de resultados, ni de aparentes éxitos visibles, si no de cultivar el sentido de pertenencia. De saber que somos amados, sostenidos y enviados, en esta tierra y con la vista puesta en el cielo. La verdadera alegría nace de descubrirnos hijos e hijas, no siervos; hermanos y hermanas, no adversarios. Con todos, todos, todos.

En medio de las tensiones sociales que vivimos, de la crisis de confianza en las instituciones y del sufrimiento de tantos, en este año de elecciones presidenciales y parlamentarias, este Evangelio nos ofrece un camino, que no es ni mágico ni instantáneo. Nos invita a una conversión misionera. A caminar ligeros, confiados, abiertos a los demás, sin temor. A sabernos enviados con una palabra buena que sembrar. Y a descubrir que, aun en medio de las aparentes oscuridades y desesperanzas, el Reino de Dios ya está en medio nuestro.

Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.” (Lc. 10, 5-6)

 

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12. 17-20

 El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad”.

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.

domingo, 15 de junio de 2025

Llueve

 Este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, uno de los misterios más profundos de la fe cristiana. Lejos de ser un concepto abstracto o inaccesible, la Trinidad nos revela algo esencial sobre Dios: que no es soledad, sino comunión; no es aislamiento, sino relación. Padre, Hijo y Espíritu Santo existen en una unidad de amor que se comunica y se entrega. Un Dios que es familia, comunidad, vínculo.

Desde esa clave se nos invita también a mirar la realidad, el mundo que nos rodea. Las lluvias de los últimos días han hecho caer agua sobre nuestros campos y ciudades, nieve en la cordillera. ¡Bendito sea Dios! Aunque también han empapado de dolor a muchas personas, sobre todo a quienes viven en precariedad habitacional, en campamentos o en situación de calle.

¿Qué tiene que ver el misterio de la Trinidad con esta consideración de la realidad social que nos rodea? Todo. Porque si Dios es relación, y nosotros hemos sido creados a su imagen, estamos llamados a vivir también en relación: no como individuos aislados, sino como comunidad. Y no cualquier comunidad, sino una que se define por el cuidado, la compasión y la justicia, y se da cuenta de quienes en ella sufren más.

En la última cuenta del presidente Gabriel Boric al congreso pleno estuvieron ausentes quienes viven en campamentos – no se han mencionado en las últimas tres - y las personas en situación de calle. Solo una vez fue mencionada la palabra pobreza. Según el último catastro de TECHO hay en Chile 1.428 campamentos donde viven 120.584 familias. Según los resultados del último censo las Personas en Situación de Calle son 21.750. Desde el Hogar de Cristo y otras organizaciones de la sociedad civil, y al ver las calles en nuestras ciudades, consideramos son muchas más. Cierto es el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”. Abramos los ojos a la realidad que está más allá de lo que vemos cotidianamente.

La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece dos principios fundamentales en esta mirada: el principio de solidaridad y el principio del bien común. El primero nos recuerda que somos responsables los unos de los otros, que nadie se realiza verdaderamente solo, que somos interdependientes. El segundo, que las condiciones sociales debieran permitir una vida digna para todos - personas, familias, asociaciones y cuerpos intermedios - y especialmente para los más vulnerables entre nosotros.

Hoy, cuando tantos hermanos y hermanas sufren prácticamente a la intemperie, estos principios debieran movilizarnos. Es urgente que se traduzcan en políticas públicas eficaces, en solidaridad activa desde la sociedad civil y también en gestos personales concretos. No se trata solo de caridad momentánea, sino de justicia estructural.

En el Evangelio según san Juan que se proclama este domingo (Jn 16, 12-15), Jesús promete que el Espíritu de la verdad nos guiará hasta la verdad plena. Y esa verdad no es una idea fría, sino una forma de vida en el amor, que exige mirar al otro como hermano, no como problema. La Santísima Trinidad nos revela que Dios mismo es vínculo y entrega. Y nos invita a vivir de esa manera: atentos al sufrimiento del otro, comprometidos con el bien común, capaces de conmovernos y actuar.

Ante la lluvia que cae sobre Chile, la de estos días y la que de seguro vendrás màs adelante, la pregunta que queda es simple y profunda: ¿refleja nuestra manera de vivir ese Dios que decimos creer? ¿Nuestra fe se transforma en relación, en comunidad, en cuidado, especialmente por quienes más sufren? Ojalá esta fiesta de la Santísima Trinidad no sea solo un momento de celebración litúrgica, también necesario, sino además una invitación a una vida comprometida con la solidaridad para todos quienes profesamos la fe en ella.

domingo, 25 de mayo de 2025

Paz

Las primeras palabras pronunciadas por el papa León XIV al salir a saludar en el balcón ante la plaza san Pedro en El Vaticano, y ante cientos de millones de personas de todo el mundo, que expectantes esperaban su nombramiento - tras el humo blanco que había salido de la chimenea de la Capilla Sixtina un poco más de una hora antes-,  han sido las del mismo Jesús resucitado a sus discípulos: “La paz esté con ustedes”.

Hoy nos encontramos ya en el sexto domingo de Pascua, y en el evangelio según san Juan se nos presenta a Jesús que, en el marco de la Última Cena con sus discípulos, les vuelve a ofrecer paz, con un deseo de superar toda inquietud o temor. Quizás anticipando el desenlace fatal de su vida terrenal, señala que tras su encuentro con el Padre, el mismo enviará un Defensor, el Espíritu Santo, como ayuda para recordar sus enseñanzas y actualizarlas en cada contexto.

Con razón se ha dicho que tras la muerte y resurrección de Jesús comienza el tiempo de la Iglesia y del Espíritu Santo. En cada momento y circunstancia particular, animado por la pertenencia a la comunidad cristiana, cada bautizado ha de recordar las palabras y testimonio de Jesús, para seguirlas en su vida.

La paz es un don esquivo en nuestro tiempo, en los distintos niveles de la existencia: en las relaciones entre los países y al interior de cada país; entre familias y comunidades y al interior de ellas; en las relaciones interpersonales y de cada cuál consigo mismo. Es quizás por lo mismo – por lo esquiva y escasa que es - que es el don más precioso que nos puede ofrecer Jesús presente y actuante en el mundo. Paz queremos y anhelamos en cada barrio tomado por narcotraficantes; en la Araucanía que mantiene un conflicto centenario; en Venezuela, Gaza o en Ucrania; en el corazón de quienes han perdido un ser querido tras un accidente; o en el de quienes se han enterado que sufren una enfermedad incurable; y un largo etcétera de lugares, situaciones y relaciones.

"El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él". Con estas palabras, Jesús no solo nos revela la profundidad del amor divino, sino también una promesa que transforma la vida: Dios no se queda lejos, sino que habita en el corazón de quien lo ama. Este fragmento del Evangelio nos conduce al centro de nuestra fe: la presencia viva de Dios entre nosotros a través del don del Espíritu Santo y la Paz que solo Cristo puede dar.

Mientras acogemos al Papa León XIV como hermano y pastor, renovemos también nuestra responsabilidad personal como discípulos-misioneros. El Espíritu Santo actúa en la Iglesia entera, en cada comunidad, en cada persona que realiza un gesto de reconciliación o una obra de misericordia, en cada palabra que edifica. Seamos activos constructores de la paz creando espacios de encuentro y fraternidad, tendiendo puentes. Abramos nuestras vidas a su acción, y dejemos que la paz de Cristo, que no es como la del mundo, transforme nuestra vida y la de quienes nos rodean.

domingo, 4 de mayo de 2025

Cónclave

En un tiempo de incertidumbre y espera, como el que estamos tras la muerte del papa Francisco el lunes de Pascua, el relato del capítulo 21 del evangelio según San Juan que proclamamos hoy, puede ser inspirador. Tras la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos se hallan algo desorientados, regresando a sus antiguas ocupaciones. Pedro de seguro no se puede sacar de la cabeza que ha negado tres veces a Jesús. Siempre impulsivo, decide volver a pescar, acompañado de otros compañeros. Sin embargo, no les va nada de bien. Tras una noche de trabajo infructuoso, se encuentran con el mismo Jesús que, desde la orilla, les instruye a lanzar las redes una vez más. El resultado es sorprendente: la red se llena de peces.

La reciente muerte del Papa Francisco ha dejado un vacío en la Iglesia Católica. Estamos en un momento de duelo, de agradecer profundamente su dedicación y entrega. Es este también un momento de oración y reflexión. ¿A quién elegir? ¿Para donde orientar la barca de Pedro? Francisco, cuyos gestos de cercanía a los pobres, los refugiados, a quienes sufren toda forma de exclusión, hemos recordado con esperanzadora insistencia estas semanas, fue un faro de esperanza en tiempos de crisis. Su legado, que trasciende las fronteras de la Iglesia Católica, está en manos del Espíritu Santo en la forma de los Cardenales que se reunirán desde este miércoles.

El proceso de cónclave evoca el momento en que los discípulos, guiados por el Espíritu Santo, deben tomar decisiones cruciales. Al igual que en la pesca milagrosa, donde la obediencia a Jesús condujo a un resultado abundante, los cardenales se enfrentan a la tarea de escuchar y discernir la voluntad de Dios para la Iglesia en este momento particular de la historia. La elección de un nuevo Papa no es solo un acto administrativo; es un proceso que requiere profunda escucha, encuentro y reflexión. Les invito a unirse en oración por este propósito.

El nuevo Papa debiera ser un líder que, como Pedro que escucha a Jesús que le habla desde la orilla, inspire determinación, confianza y esperanza. La Iglesia Católica necesita un pastor que pueda seguir guiando a la comunidad hacia un futuro de renovación y compromiso con el mensaje cristiano, en continuidad con el legado de Francisco. Así como los discípulos aprendieron a confiar en las instrucciones de Jesús, que adecuaron a las circunstancias de cada contexto y momento, el nuevo pontífice debiera ser, junto con toda la comunidad católica, en modo sinodal, un faro de luz en un mundo a menudo marcado por la división y la incertidumbre, también al interior de la misma Iglesia.

En este periodo de transición, la historia de la pesca milagrosa nos recuerda que, incluso en tiempos de oscuridad, hay oportunidades de abundancia y renovación. A la triple negación de Pedro, Jesús responde con una triple pregunta: ¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?

La elección de un nuevo Papa será un momento de gracia, una oportunidad para que la Iglesia renazca y reafirme su misión en el mundo. El nuevo Papa no será, como Pedro o como Francisco o cualquiera de los que han tenido esta responsabilidad de servicio, un hombre perfecto, sino muy consciente de su condición de pecador llamado a un particular servicio. Al cambiar la cabeza de la Iglesia el cuerpo entero se renueva. No eludamos la propia responsabilidad que nos cabe a cada cual, desde nuestra particular vocación, y aprovechemos de vivir con mayor radicalidad el regalo de sabernos parte de esta comunidad que no hace otra cosa que seguir los pasos de Jesús.


Fragmento del Evangelio: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”

ACLAMACIÓN AL Evangelio

Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19.

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”.

Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en a orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?” Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” 

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.

martes, 22 de abril de 2025

Descansa en paz, Francisco

Ha muerto el papa Francisco. Con él se ha marcado un momento epocal muy importante en el seno de la Iglesia Católica, iniciado tal vez en el Concilio Vaticano II. Este ha sido un acontecimiento de verdadera mundialización de la Iglesia y de apertura a la modernidad. Con Francisco – Jorge Mario Bergoglio, argentino, jesuita, por años Arzobispo de Buenos Aires – se ha dado concreción a la valoración de las iglesias locales; a un estilo de comunidad más parecido a una mesa en la que caben todos y menos a una monarquía; a alguien que habla el lenguaje de la misericordia y no del castigo o la opresión, entre muchas otras cosas.

Tengo cinco recuerdos personales que me permito compartir en este momento. Cada cual tendrá los suyos.

El primero al momento de su elección el año 2013. Trabajaba entonces como director del Centro Universitario Ignaciano de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago de Chile. Mucha gente comenzó a felicitarme.  “Que bueno que eligieron a un papa jesuita”, decían. Yo, consciente de todas las tensiones vividas en su tiempo de provincial de Argentina décadas atrás, no atinaba más que a mirar con algo de sorpresa. Los gestos que Francisco hizo esos días al asumir – precisamente elegir el nombre del santo de Asís, pedir la bendición al pueblo antes que ofrecerla, presentarse como obispo de Roma, llamar por teléfono a la curia general de la Compañía de Jesús y hablar con el portero para pedir hablar con el padre General, y más - calmaron en parte mis temores y me abrieron con esperanza a su pontificado.

Un segundo momento ha sido la realización de la Congregación General 36 de la Compañía deJesús, en octubre de 2016. Adolfo Nicolás había renunciado a ser superior general de los jesuitas por razones de salud, entonces se inició la convocatoria para elegir al nuevo sucesor de Ignacio de Loyola. Yo estudiaba por esos días en Roma, y me invitaron a sumarme al equipo de liturgia y música de la reunión. Algunos días después de la elección de Arturo Sosa, nos visitó Francisco. Se presentó humildemente como sumo pontífice en la que había sido su casa por tanto tiempo, y volviendo a las fuentes de nuestra espiritualidad nos animó a seguir adelante con nuestra misión de servicio de la fe y promoción de la justicia que esa fe exige. Con mis compañeros jesuitas músicos nos autodenominamos: “la bandita de Francisco”.

Otro recuerdo imborrable ha sido su visita a Chile en enero de 2018. Aunque no pude participar presencialmente, pues me encontraba en Salamanca, España, realizando la tercera probación, su presencia en Chile fue muy significativa. Con menos expectación que la de Juan Pablo II en 1987, y en medio de una crisis mayúscula por el modo como se habían tratado en Chile los casos de abuso en la Iglesia – y también en la Compañía de Jesús en ella – fue una visita muy remecedora que ha marcado un antes y un después. Escribí entonces en el Blog “Cristianismo y Justicia” una reseña de los distintos momentos y discursos de su visita (enlace). Los más significativos, recuerdo, han sido aquellos en los que Francisco apenas ha hablado: la visita a la Cárcel de Mujeres en la comuna de San Joaquín – espacio muy querido que he podido visitar varias veces – y el encuentro con Cristo pobre en el santuario de san Alberto Hurtado. “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”, sugieren los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Así fue.

En cuarto lugar, en noviembre de 2019, celebramos los 50 años del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús con un congreso en Roma. Tuve el regalo de representar a Chile, en tanto que delegado del provincial para el apostolado social y capellán general del Hogar de Cristo. Vinimos de todas partes del mundo a encontrarnos, jesuitas y colaboradores laicos, y tuvimos el regalo de que Francisco nos recibiera en audiencia. Sus palabras nos llenaron de entusiasmo, en sintonía con su encíclica Laudato Si – que cumplirá 10 años este 2025 – y con la más reciente Fratelli Tutti. Su enseñanza nos ha marcado el camino, particularmente en la consideración de la crisis socio ambiental en la que estamos y en los anhelos de fraternidad universal que están inscritos en el cristianismo. Le pude regalar un ejemplar del libro “Ciudad somos todos” que habíamos editado tiempo atrás y también “Migración en Chile” y le pedí un autógrafo, precisamente de mi ejemplar de Laudato Si. Algunas semanas después me llegó una carta agradeciendo estos libros, un gesto que no era necesario pero que atesoro hasta el día de hoy.


Un último recuerdo, ha sido el regalo de recibir su saludo con motivo de los 80 años del Hogar de Cristo en octubre del año pasado. Gracias a Juan Carlos Cruz, que por esos días lo visitaba, conseguimos que nos regalara unas palabras y su bendición, que culminaban con su ya acostumbrada expresión “no dejen de rezar por mí”, con una sonrisa en la cara. Estaba visiblemente cansado, en una silla de ruedas. Ahora que descansa para siempre y creemos goza de la presencia de Dios, seguiremos cumpliendo eso que nos pidió: rezar por él y muy especialmente porque este proceso que se inicia de búsqueda de un nuevo sucesor de Pedro, nos encuentre atentos a la voz del Espíritu, que sopla por donde quiere. ¿Con qué nos irá a sorprender ahora?




domingo, 13 de abril de 2025

Paradojas

Paradojas (Lc. 19, 28-40)

Hoy, con el Domingo de Ramos, entramos de lleno a la Semana Santa en que se nos invita a conmemorar, un año más, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Es el único domingo del año en que se proclaman, durante la celebración de la Eucaristía, dos textos del evangelio. El primero relata la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, e idealmente debe ser leído en algún lugar cercano al templo donde se congrega la comunidad. El segundo, tras la procesión con los ramos y ya adentro del templo, relata su Pasión.

Si toda la vida de Jesús es, en cierto sentido, una gran paradoja, en este domingo la paradoja es total. Afirmamos que Dios se ha hecho hombre en Jesús. El Todopoderoso se muestra frágil. El Ser Eterno se hace tiempo y finitud. ¿Cómo puede ser esto? Entrando en los relatos, somos testigos de otras paradojas: la multitud que aclama a Jesús con palmas como quien recibe al Rey-Mesías, pocos días después dirá a una sola voz: “¡Crucifícalo!”. El que era recibido triunfalmente a la entrada de la ciudad, será luego condenado y derrotado, coronado de espinas, torturado y clavado en cruz, para morir en las afueras de la ciudad. Pedro le jurará fidelidad eterna y a las horas lo traicionará, negando que lo conoce, para salvar el pellejo. Quien se sabía amado y muy cercano a su padre Dios, le susurra desesperado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

La vida entera de Jesús, y en particular los pasajes de los evangelios que iluminan estos días santos, son espejo de nuestra propia vida. ¿Quién no se ha sentido así abandonado ante alguna situación penosa y difícil? ¿Quién no ha confundido lo que está bien con lo que le conviene? Se ha dicho que los evangelios no son más que relatos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, con una introducción más o menos larga que da cuenta de su vida, los milagros realizados, las enseñanzas comunicadas a sus discípulos y la oposición creciente que despierta en los grupos dirigentes, tanto políticos como religiosos, que lo llevan a un desenlace fatal en Jerusalén. Quienes queremos seguir los pasos de Jesús hemos de saber que en algún momento algo similar nos debiera ocurrir, en fidelidad a sus enseñanzas.

En esta semana seremos testigos una vez más de la fuerza destructora del mal y la violencia, del daño que provoca el poder ejercido sin contrapesos, de la ambición desenfrenada que lleva a traicionar, del miedo que inmoviliza y hace tomar distancia ante una injusticia flagrante. Y al mismo tiempo de la fuerza redentora de una vida entregada por amor.

Hemos sido testigos este último tiempo de una polémica en torno al feriado por Viernes Santo, también atravesada por paradojas o valores aparentemente contradictorios. Un día de recogimiento y reflexión, también de descanso y encuentro en familia, puede ser un día de ventas ganadas o pérdidas para el retail. ¿A qué queremos darle más valor en nuestras vidas?

Les invito a aprovechar de buena forma esta Semana Santa, a cuidar aquello que es fundamental. Puede ser esta una ocasión de volver a participar en la vida de la comunidad, tan debilitada durante la pandemia. O de ir a ver a alguien que pensamos está solo, ejercitando una obra de misericordia. Volvamos a las Iglesias. Llevemos a los niños a las distintas celebraciones, que son muy elocuentes, hablan por sí mismas, y nos mostrarán lo medular de la fe cristiana: Jesús por fidelidad a su misión se presenta como servidor de la humanidad, ofrece su vida por amor, y desde la muerte y el sufrimiento más brutal, es levantado para iluminar nuestros pasos. Abrámonos a la esperanza de que Dios conduce la historia y a nosotros en ella, aunque las paradojas presentes en nuestra comprensión de la realidad no nos permitan ver por ahora hacia donde nos lleva.

 

Fragmento de la Escritura “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal. 21)