Calma (Mc. 4, 35-41)
Ha comenzado el invierno. Ya hace varias semanas en distintas regiones de
nuestro querido país ha habido “frentes de mal tiempo” con abundantes lluvias,
fuertes vientos, y consecuentemente, desbordes de ríos, corte de caminos y daño
en muchas ciudades, familias y comunidades, que han visto inundadas sus casas,
pasos bajo nivel y tierras de cultivo.
Pocas situaciones en nuestras vidas son tan caóticas y nos revelan la
gran indefensión y fragilidad de nuestra condición humana como enfrentar las
fuerzas de la naturaleza. Por más que sepamos que el agua busca su cauce y éste
sea más o menos siempre el mismo. Es notable cómo no terminamos de aprender o
de prepararnos para estos eventos que, de tanto en tanto, ocurren en distintos niveles
–incluso en el de nuestras casas con alguna gotera–. Solemos lamentarnos ex
post de acciones no realizadas, como limpiar canaletas o cauces de esteros o
ríos, mejorar defensas que ayuden a encauzar mejor las aguas y aumenten
entonces su capacidad. Así, nos vemos, de tanto en tanto, literalmente,
desbordados.
La escena de Jesús en el evangelio de hoy es muy elocuente a la vez que
desconcertante. Mientras los discípulos se muestran despavoridos, porque la
barca en la que van parece zozobrar ante la fuerza del temporal y las olas, Él
“estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal”. Al despertar Jesús, increpa al
viento y al mar, y sobreviene una gran calma. Luego se dirige a sus asombrados
discípulos y les reprocha su cobardía y falta de fe.
La sabiduría popular tiene varias alusiones a situaciones parecidas: por
un lado decimos “al mal tiempo, buena cara” y, por otro, sostenemos que “después
del temporal siempre viene la calma”. También se dice “siembra vientos y cosecharás
tempestades”. Todas son metáforas meteorológicas que pueden aplicarse a
situaciones de la vida en sociedad.
El estallido social de hace ya casi 5 años también se asemejó a aguas
caudalosas desbordadas de su cauce. La institucionalidad no fue capaz de prever
o anticiparse al fenómeno social, gatillado por el alza de los pasajes de la
locomoción pública. No faltaron los oportunistas que intentaron hacer caer al
gobierno. La violencia se desató en las calles. La policía también se vio
completamente superada. Los dos procesos constitucionales fallidos ayudaron a
encauzar, o al menos contener, los ímpetus destructores de las mareas desbocadas.
Ya han pasado sus años, pero soplan vientos que pueden devenir en
tempestad. ¿A cuáles me refiero? Menciono al menos dos. En primer lugar, la lentitud
para implementar una reforma al sistema de pensiones, que permita mejorar la
jubilación de cientos de miles de personas mayores, pensando en ellas y en sus
familias, para quienes el cuidado se transforma en una carga muy pesada, sobre
todo para las mujeres. Segundo, la atención a los también cientos de miles de
niños, niñas y jóvenes que están fuera del sistema escolar (ni siquiera sabemos
con exactitud cuántos son). Hace un tiempo fue aprobada por el Consejo Nacional
de Educación la modalidad de reingreso. Desde entonces la ley que crea una
subvención preferencial para atender esta necesidad, espera en el Congreso,
mientras el ejecutivo no le pone urgencia.
El evangelio de hoy resalta el poder de la palabra, que bien utilizada puede calmar mares y vientos o, en caso contrario, aumentar su poder destructivo. Elijamos bien y hagamos lo necesario para que también entre nosotros reine la calma.
Fragmento del Evangelio: Despertándose, Él
increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento se aplacó y
sobrevino una gran calma.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Lc 7, 16
Aleluya.
Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a
su pueblo. Aleluya.
EVANGELIO
¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 35-41
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos
a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la
barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca,
que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el
cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que
nos ahoguemos?”
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio!
¡Cállate!” El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen
fe?” Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros:
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