Estando de visita en el Xavier Institute of Social Service de Ranchi en agosto de 2016, acompañé a un grupo de estudiantes de Rural Management a una de las zonas de slums de la ciudad, llamada Chuna Bhatta, en la que semana a semana colaboraban como voluntario/as.
El trabajo de ellos ahí era bien sencillo: llegaban a una pequeña sede, dejaban ahí sus cosas, y luego en una suerte de plaza central ponían una lona en el suelo, y convocaban a todos los niños para hacer algunos juegos, compartir algo para comer y luego hacer las tareas.
Me presentaron y empezamos a conversar con los niños. Me miraban un poco raro por lo blanco de mi piel y por no tener pelos en la cabeza. Querían saber algo de mi tierra y mi cultura, partiendo por mi lengua. Así es que les empecé a enseñar algunos cantos sencillos de repeticiones de palabras en castellano.
A los pocos minutos alguien me toca el hombro. Era uno de los estudiantes que me dice que las mamás de los niños quieren conversar conmigo. Me di vuelta y me di cuenta que se había juntado un grupo de mujeres, que después supe formaban parte de un Grupo de Autoayuda. Dejé a los niños en lo que estaban y me puse a conversar con ellas.
La que era la líder del grupo me preguntó directamente: "¿Cómo nos va a ayudar?" No entendí de a primeras la pregunta, así es que pedí que me explicara. Me dijo algo así como que ahí venían habitualmente visitantes extranjeros, y que siempre les traían algo para ayudarlos, entonces que qué había traído yo.
Me quedé pensando un poco en silencio. Les pregunté si sabían cómo me llamaba y de dónde venía.
- No, respondieron.
- Si sabían algo de mi cultura o mi lengua materna, repliqué
- Tampoco.
- ¿Cómo les voy a poder ayudar si Uds. no me conocen a mi y yo no las conozco a Uds?
Asintieron con la cabeza, aunque tal vez quedaron un poco desilusionadas con mi visita, hasta entonces. Yo entre que me había "sacado el pillo" - pues realmente no tenía nada con qué ayudar más que con mi propia presencia por un rato - y les compartí algo de lo que me he ido convenciendo: solo hay real ayuda, de mano a mano, cuando propiciamos encuentros verdaderos que establecen una relación más o menos horizontal (salvo en el caso de emergencias, claro). Las animé a apoyar el trabajo de los jóvenes que venían semana a semana, y a hacer cosas junto a ellos por el desarrollo y bien de la comunidad y de sus hijos.
Luego los niños empezaron a reclamar mi atención, querían que bailáramos. Así es que se pusieron todos de pie e hicimos un círculo y comenzamos a bailar al modo de ellos, con una de las estudiantes que dirigía el canto al centro, y todos los demás bailábamos alrededor tomados de las manos y moviendo los pies de un modo que, para los que me veían hacerlo por primera vez, sacó más de una risa.
Al término de la canción una de las señoras me preguntó que por qué no les enseñaba un baile de mi tierra. "Chuflis, esto si que va a ser difícil", pensé... había tenido la experiencia en otro lado de enseñar una canción a un grupo de estudiantes, pero ¿bailar?
Me acordé de las clases del colegio, y les enseñé "El costillar es mio, me lo quieren quitar", con una botella al centro. Les causó gracia esto de bailar en pareja, por allá siempre se baila en un grupo grande, todos en círculo, con uno que guía con el canto y otro con el tambor, y van haciendo cada vez pasos más complejos.
Segundo intento, más participativo: un trote norteño. "San Pedro trotó cien años".
Gran desafío final: ¡Una cueca! Me parece que elegí "El guatón loyola". Tuve que explicarles que se imaginaran que estaba bailando con una mujer, y dí la vida zapateando, vueeeelta. Hacían más o menos 40 grados de calor, así es que se pueden imaginar que a esa altura me caía la gota gorda.
Tras este bello momento de intercambio cultural, y algo de risas - debo haber hecho un poco el ridículo la verdad - nos sacamos esta bella foto.