Tras terminar - hace algo más de cuatro semanas - dos años de estudios en Roma, he comenzado un tiempo de visitas a distintas ciudades, intentando asomarme al modo en que en cada lugar los compañeros jesuitas a través de sus instituciones e iniciativa personal, en alianza y colaboración con otros, asumen el desafío de vivir juntos la ciudad y transformarla.
Mural en vestigios del Muro de Berlín 1 |
Mural en vestigios del Muro de Berlín 2 |
La primera escala ha sido Berlín. Impresionan los vestigios de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría. Por todos lados hay museos y memoriales, convertidos en paseo obligado de turistas. Tal vez lo más decidor y conocido de todo ese tiempo es el muro de Berlín. Hoy quedan solo algunos cientos de bloques de los miles que tuvo, y los han transformado en un mural en que artistas de distintas latitudes expresan los muros que hay que derribar hoy y el modo de hacerlo posible (pinche sobre las fotos para ver los detalles).
En Berlín una de las principales labores que realiza el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) es la de defender a quienes han solicitado asilo y por distintas razones son deportados, mientras esperan en centros de detención. Intentan coordinarse a nivel Europeo con los demás países y juntos forman parte del Foro Consultivo de FRONTEX, la autoridad europea de control de fronteras y costas, para denunciar abusos y atropellos a los Derechos Humanos.
La segunda parada ha sido en Essen, antiguo centro minero e industrial hoy reconvertido al sector de servicios aunque con alta tasa de desempleo. Ahí siguen llegando como antaño migrantes y refugiados en busca de un futuro mejor. La mayoría viene de Siria y Líbano, y les exigen aprender alemán para poder obtener un trabajo. Mientras tanto les dan un permiso que deben ir renovando cada uno o tres meses, con lo que difìcilmente consiguen un trabajo transitorio. A los más afortunados y que tienen un oficio, el Estado les asigna una pensión mientras aprenden la lengua
Abuna Frans van del Lugt, S.J. |
La preparación de Lutz y Ludger ha tomado tiempo. Había que arreglar la casa de tres pisos: hace más de 10 años que nadie usaba el superior (mansarda). Ahí han acomodado la pequeña comunidad jesuita - donde tuve la suerte de hospedarme. En el segundo y primero están las habitaciones de los refugiados. En el primero hay una acogedora y extensa cocina-comedor. Es el espacio común, que permite que cada cual cocine, además de ser el lugar de encuentro en las comidas. Uno de los requisitos para poder vivir en la casa es estar dispuesto a colaborar, con un sistema de turnos, en el aseo y cuidado cotidiano.
Pero no se ha tratado solo de habilitar la casa o de organizar el día a día. Han ido invitando desde hace más de un año a los vecinos: para compartirles la idea de abrir de nuevo la casa aledaña a la iglesia del barrio, y vivir ahí junto a un grupo de refugiados. No han hecho grandes encuentros, sino tan solo con 2 o 3 vecinos a la vez, para contarles los propósitos y pedir ayuda con la acogida. Para sorpresa de Lutz y Ludger, entre todos los vecinos han reunido las cosas necesarias para habilitar las habitaciones y la casa entera: camas, lámparas, estantes, colgadores de ropa, sillones, mesas, sillas ¡hasta un piano les llegó de regalo!
Jesús Buen Pastor |
Algunos vecinos se interrogaban si es que permanecería o no la imagen de Jesús, Buen Pastor, en la fachada de la casa: pensaban que por el hecho de albergar refugiados musulmanes, debiera sacarse esa imagen. La respuesta de Lutz y Ludger ha sido la de iluminarla: tras los pasos de Jesús Buen Pastor intentan caminar juntos, abrir las puertas de la casa y acoger a quien quiera acercarse.
Las ciudades pueden ser lugares muy hostiles para quienes vienen de afuera, o para quienes de distintas formas viven tras los muros de la exclusión. He aprendido en estos días, de forma muy concreta, que aún hoy hay muros que derribar. Y cuando alguno de ellos cae se nos señala - como un faro que ilumina en medio de la noche - que es posible vivir juntos. Ya les contaré de otros encuentros y aprendizajes.