Vida (Lc. 2, 1-14)
Antes de decir cualquier otra cosa,
les deseo una ¡muy Feliz Navidad! Espero que con motivo del nacimiento de Jesús,
todas las personas y familias tengamos la posibilidad de encuentros y
celebraciones alegres.
Han sido estos días dolorosos para nuestro Chile: una vez más la
tragedia toca nuestra puerta. Viña del Mar se vio afectada la noche del jueves por
un incendio que destruyó cientos de casas, causando desesperanza y tristeza. El
amanecer dejó de manifiesto la desolación, el dolor y la muerte de al menos –
por ahora - dos personas. Han brotado por doquier distintas iniciativas de
servicio, acogida y solidaridad, tanto desde el municipio y el Estado como de
la sociedad civil organizada. Es de esperar que se logren buenas articulaciones
para llegar a atender de la mejor manera posible cada una de las necesidades de
las personas damnificadas.
Hay otras emergencias permanentes que también debieran llamarnos a la
acción urgente y coordinada. El diagnóstico en cada caso suele estar más o
menos claro, pero faltan las “manos a la obra”. No nos cansemos de repetirlas.
La más grave quizás es la de los cientos de miles de jóvenes que han sido
expulsados del sistema escolar. ¿Otras emergencias? La inseguridad y temor por
la violencia, delincuencia y tantos barrios críticos tomados por el
narcotráfico; la de los cientos de miles de familias que sufren hacinamiento crítico
o viven en campamentos; los graves problemas de salud mental.
En los diferentes momentos litúrgicos de este día, desde ayer en la tarde
hasta hoy domingo, proclamamos distintos relatos de los evangelios. En el
evangelio según san Lucas en muy breves palabras se da cuenta del
acontecimiento que nos convoca hoy. A María se le cumplió el tiempo de dar a
luz a su hijo, y así fue: en un pesebre.
Con los ojos de la fe se puede ver en este acontecimiento el de una buena
noticia para todo el mundo, que marca el comienzo de una nueva era. Los
destinatarios del primer anuncio dado por el ángel son los pastores, aunque la
alegría sea para todo el pueblo.
¿De qué tipo de alegría se trata? La de recibir el regalo de la vida que
se abre camino y encuentra un lugar, y nos invita a una actitud agradecida y
acogedora. Otra alegría brota del reconocer a Jesús como luz de las naciones,
que “guía nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc. 1, 79). A quienes
queremos aprender de Él, nos invita también a ser luz en medio de la oscuridad
y tinieblas del mundo que tantas veces, por acción u omisión, se ha olvidado de
Dios. En el pesebre reconocemos a un niño pequeño que nace frágil, y comparte
nuestra común fragilidad y necesidad de cuidado como seres humanos que somos.
El Padre Hurtado en un mensaje de navidad de 1947 decía: “Se acerca
Navidad y debemos realizar el mensaje del Maestro. Cristo histórico ya no está
con nosotros, pero Cristo místico vive siempre a nuestro lado en nuestro
prójimo”. Y en otra carta en forma de un cuento se preguntaba: “¿Cómo alegrar a
un hermano mío, esta noche de paz, noche de amor?”. La esperanza que nos ofrece
Jesús nace en los lugares donde menos se espera, y nos invita a vivir una
fiesta de amor, cada día. Les invito a un gesto de cercanía y cariño con quien
tengamos cerca o con quien pensemos está solo.
Pidamos la gracia que al contemplar el pesebre y a Jesús en él, su luz
ilumine nuestros pasos y se sigan despertando iniciativas que, desde nuestra
común fragilidad, procuren el cuidado de cada una de las personas que habitamos
este mundo, iluminándolo y haciendo posible la vida. Una vez más, ¡Feliz
Navidad!
José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General Hogar de Cristo
Fragmento del Evangelio: “No teman, porque les traigo una
buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de
David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les
servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y
acotado en un pesebre” (Lc. 2, 10-12)
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