Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Al retomar el tiempo ordinario, después del intenso tiempo de Cuaresma, la Semana Santa, y el tiempo de Pascua, estas solemnidades –Santísima Trinidad, el domingo pasado; Corpus, hoy; el Sagrado Corazón de Jesús este viernes – nos invitan a considerar distintas aristas de la doctrina y vida cristianas.
En la fiesta de este domingo se ha
querido acentuar la presencia real de Jesucristo en la celebración de la
Eucaristía: está presente Jesús en el pan y el vino que se consagran; pero también
en la asamblea que se reúne a celebrar, llamada entre otras formas, Cuerpo de
Cristo: Cristo es la cabeza y su cuerpo lo conforman como piedras vivas todas
las personas bautizadas; también en la Palabra que se proclama; y, por cierto,
también en la persona de quien preside la celebración.
Tal vez se nos ha ido alejando la
presencia real de Jesucristo en medio del mundo. ¿Dónde más está? El padre
Hurtado lo reconocía en la persona doliente y sufriente que se encontró una
noche fría y lluviosa de octubre hace casi 80 años: no hacía sino seguir los
pasos de Jesús, Buen Samaritano (Lc. 10, 25-37), que compadecido de quien
estaba malherido al lado del camino, se detuvo y curó sus heridas; o seguir la
intuición enunciada en la parábola del Juicio Final, en que el mismo Jesús se
identifica precisamente con quien tenía hambre, o sed, o estaba desnudo, era
forastero, estaba enfermo o en la cárcel (Mt. 25, 31ss).
Entre muchas otras cosas, algunos de
los acuerdos de la comisión de expertos –como propuesta de una nueva
constitución para el trabajo de la comisión que esta semana ha comenzado sus
labores– ha sido que Chile “se organiza en un Estado social y democrático de
derecho”, y que es rol del Estado “promover el bien común” y “las condiciones
de justicia y solidaridad para que la libertad, derechos e igualdad de las
personas se realicen”. Se reconoce también a la familia como núcleo central de
la sociedad y la libertad de las personas para agruparse de acuerdo a los fines
específicos que los animen. He escuchado a personas de distintas tendencias
políticas que estarían dispuestas a firmar hoy esta propuesta, elaborada
después de la deliberación y negociación de varios meses, en que todas las
partes tuvieron que ceder.
La imagen del Cuerpo de Cristo
utilizada por el apóstol Pablo (1 Cor. 10, 16; 12, 27) para hablar de la
diversidad de miembros con distintas características y funciones que componen la
comunidad cristiana nos sirve también para hablar hoy de nuestro país, con una
perspectiva precisamente comunitaria y de solidaridad. O, como le gustaba decir
al padre Hurtado, con conciencia del sentido social de nuestra existencia:
somos con los demás y lo que hagamos o dejemos de hacer afecta
irremediablemente a quienes nos rodean.
Recordarán ustedes la imagen de la
“mesa de Té Club” que mostraba a personas de distintos lugares, tradiciones,
clase social, profesión, oficio, creencias, sentadas juntas en torno a una mesa
bien servida. Sírvanos también esta imagen para graficar de algún modo el
anhelo que debiera convocarnos a todos: que nadie se quede fuera de la mesa del
progreso o desarrollo, y nos sintamos todas las personas que vivimos en nuestro
país, responsables de nuestro destino común.
Pidamos la gracia de que al celebrar
hoy esta fiesta, se ensanche y alargue nuestra mesa y posibilitemos que más
personas participen de ella: es uno de los modos en que podemos honrar y hacer
presente en nuestro mundo al mismo Jesús que sale a nuestro encuentro de muy
diversas formas, y nos invita a comer. ¿Qué vamos a responder?
Fragmento del Evangelio: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn. 6, 51-52)
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Jn 6, 51
EVANGELIO
Mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la
verdadera bebida.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne
para la Vida del mundo”.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo
este hombre puede darnos a comer su carne?”
Jesús les respondió:
“Les aseguro que si no comen la carne
del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
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