Creer y servir (Lc. 17, 3-10)
Este domingo se nos presenta en la celebración
litúrgica un trozo del Evangelio según san Lucas que no es un milagro ni una
parábola ni un encuentro de sanación, sino partes de un diálogo de Jesús con
sus discípulos que parecen no estar del todo articuladas.
Ante la petición “¡Auméntanos la fe!”, Jesús
responde con la imagen de la semilla de mostaza. Una pequeña semilla de mostaza
puede dar con el tiempo mucho fruto, sombra y cobijo (Lc. 13, 18-19). Ha dicho Jesús
que el Reino de Dios es como una medida de levadura que una mujer mezcla con
harina. Basta un poco de levadura para transformar toda la masa (Lc. 13,
20-21). El impacto transformador del testimonio de un grupo pequeño de
creyentes logra hacer que muchas personas reciban las buenas noticias por ellos
vividas y anunciadas.
Nos hace bien dejar de lado, a quienes nos
decimos creyentes, otro tipo de consideraciones relacionadas con influencia,
tamaño relativo respecto del total de la población, o con el poder: encontramos
acá y en muchos pasajes del Evangelio una valoración positiva de los medios
pobres y humildes que recuerdan a la persona de Jesús de Nazaret, cuyo
principal fundamento era la fe en el amor de Dios, a quien comprendía como un
padre amoroso. Y vivía profundamente aquello que creía, y eso lo hacía creíble.
La segunda parte del texto nos lleva a otro aspecto
de nuestra vida creyente, la del cumplimiento de lo que se nos manda en virtud
de nuestra fe: “También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande,
digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro
deber”. Recuerdo el cuento de una
exalumna de un colegio de monjas que se quejaba que pocas veces le celebraban
cuando tenía una buena nota o había conseguido algún logro importante en el
plano deportivo, artístico o musical. “Con su deber no más cumple”, era la
respuesta habitual de una de las religiosas antes ese rezongo. Hay algo de eso
en este texto del evangelio: el principal reconocimiento por haber hecho algo
bien, es la satisfacción de haberlo realizado.
La vinculación entre la fe que se profesa y
las obras que se realizan debiera ser muy estrecha. Pocas cosas configuran más la
existencia humana que las creencias, de distinta naturaleza, que se tienen. Ellas
se expresan en el modo de actuar, de vivir, de alimentarnos, de rezar, de
tratarnos y vincularnos con los demás y con el medioambiente que nos rodea.
Desde hace un tiempo en occidente nos
encontramos sumergidos en una profunda crisis de fe. Se han disuelto las
pertenencias, se han debilitados los diversos modos de participación y no están
siendo del todo significativos los espacios celebrativos que expresan y
sustentan la fe y los vínculos comunitarios. Vivimos una especie de orfandad. ¿A
quién seguir? Tengamos el coraje de pedir, aún en medio de las más grandes
dudas que nos acometen, lo que piden los más cercanos a Jesús: “¡Auméntanos la
fe!”. Y reconozcamos en cada pequeño gesto de cariño, construcción de vínculos,
amor, servicio, dignificación e inclusión, pequeñas semillas del Reino que
esperemos den mucho fruto y transformen la sociedad entera.
Fragmento del Evangelio: Los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Él respondió: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella les obedecería. (Lc. 17, 5-6)
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