viernes, 31 de marzo de 2017

Derecho a la ciudad


Desde la década del 60 se ha venido desarrollando a nivel mundial un movimiento que promueve el Derecho a la Ciudad. De algún modo se intentó con este movimiento trasladar la lucha social precedente desde las industrias y fábricas al territorio más amplio en que todos conviven: la ciudad. Siendo la ciudad el territorio de la simultaneidad y del encuentro, así como de  luchas y conflictos, se trata de dejar de mirarla tan solo como una forma, para analizarla como un proceso. El Derecho a la Ciudad, a través de la movilización social y la lucha política colectiva, valora y reconoce el que cada uno de los habitantes participe activamente en la vida política y en la administración de la ciudad, en sus distintos niveles (barrio, comuna, metrópoli).[1]
Una de las interrogantes fundamentales que inspira este movimiento es respecto a quiénes son los principales actores a la hora de atender los problemas de la ciudad. Hay quienes postulan que debieran ser ante todos los ciudadanos organizados, la base, y en particular los propios marginalizados urbanos. La premisa de fondo es que quien mejor conoce sus necesidades es el que las padece, y por tanto su opinión y participación es vital al momento de buscar soluciones.[2]
Desde este enfoque, en el caso de las políticas de vivienda ha habido interesantes discusiones y experiencias.  John Turner[3] propuso a mediados de los años 70 enfrentar el déficit y la precariedad habitacional en las grandes ciudades promoviendo la autonomía de las propias personas en la construcción de sus casas. Convencidos de este modelo, organismos internacionales financiaron programas específicos de urbanización y servicios básicos en las periferias de las ciudades del Sur atestadas de asentamientos precarios. Algunos ahora acusan que, en una “amalgama entre anarquismo y neoliberalismo”,  esto desacreditó o dejó en un segundo plano el rol de los Estados y Gobiernos locales,[4] provocando la expansión desenfrenada de barrios híper-degradados en las periferias de las grandes ciudades. Esto en contra la que había sido la tendencia hasta entonces de construcción de grandes conjuntos de vivienda social, en una dinámica más vertical, de arriba hacia abajo.[5] En el esquema de Turner, a la autoridad le correspondía un rol preponderante en la etapa de planificación, siempre en diálogo estrecho con los ciudadanos organizados y dejándoles a ellos la última palabra. En las etapas de construcción y gestión, en cambio, los protagonistas serían completamente los usuarios. En ambos casos los proveedores tendrían un rol secundario en la etapa de construcción (ver Ilustración 1). La tensión es, en los extremos, entre autonomía y heteronomía de parte de los usuarios finales de las viviendas en los sectores marginalizados de la ciudad. 
Ilustración 1: Autonomía o Heteronomía en sistemas de vivienda social.
Fuente: J.F.C. TURNER, Housing by People, 29.
     Este modelo da que pensar en lo que se refiere al modo de proveer satisfacción a otras necesidades básicas de la población más vulnerable o marginalizada de una ciudad. Especialmente relevante es el nivel de participación que tienen los distintos grupos marginalizados al momento de hacer frente a sus necesidades. Y en definitiva se levanta la pregunta por el tipo de relaciones que se favorecen entre las instituciones del Estado y los ciudadanos: si una que fomenta el paternalismo y/o clientelismo, o bien una que promueve la instalación de capacidades y el cuidado del tejido social.[6]
Como en todo proceso social que involucra a personas diversas en contextos diversos, los resultados de estas propuestas tras varios años de implementación han sido también diversos.[7] En términos generales se puede aseverar que en los lugares donde se consiguió constituir una comunidad organizada el resultado ha sido ampliamente favorable en la perspectiva del bien común en la ciudad, ya sea por liderazgos locales eficaces, procesos participativos, afinidad, parentesco o historia común. Pero también ha habido casos de resultados negativos, en que el sueño de la casa propia se ha convertido en una pesadilla, dándose lo que algunos llaman guetos urbanos[8] en que la desesperanza, el abuso de las drogas y el alcohol, la falta de trabajo, las pandillas, etc., afectan considerablemente la vida cotidiana de miles de personas. En algunos casos de condominios de vivienda social provista enteramente por el gobierno central, la solución tras algunas décadas, ha sido la de demoler parte de esos conjuntos de vivienda y proveer otras soluciones.[9]
      El debate más reciente respecto de las ciudades ha estado relacionado con pensar las condiciones que deben desarrollarse para que una ciudad sea considerada justa, evaluando sus instituciones desde la perspectiva de quienes están en una situación desventajosa respecto de los demás, y sobre todo promoviendo que sea la sociedad civil organizada que participe y empuje los cambios que la ciudad necesita.[10] En Chile existen distintas organizaciones e iniciativas que están promoviendo el Derecho a la Ciudad.[11]





[1] Se le asigna la “paternidad” de este movimiento a Henri Lefebvre, que en 1967, con motivo de los 100 años de ‘El Capital’ de K. Marx publicó el libro ‘Le droit à la ville’. Hemos tenido acceso a la traducción italiana H. Lefebvre, Il diritto alla città. Para comprender algunos alcances actuales de este movimiento véase M. Dikec, «Justice and the spacial imagination»; D. Harvey, Rebel Cities. From the right to the city to the urban revolution.

[2] En tanto es un movimiento que lleva varias décadas, ha habido buenos esfuerzos de sistematizar y compartir experiencias exitosas, en muchos casos partiendo de la sociedad civil organizada en simultáneo con acciones de los gobiernos y sus instituciones. Cf. A. SugranyesC. Mathivet, ed., Ciudades para todos. Por el derecho a la ciudad, propuestas y experiencias. (ver)

[3] CF. J.F.C. Turner, Housing by People.

[4] Acusa Mike Davis, que desde la conferencia ONU HABITAT I realizada en 1976 en Vancouver, se impulsó esta agenda por parte del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ha tenido - en su opinión - consecuencias nefastas para los barrios degradados de las ciudades. Cf. M. Davis, Planeta de Ciudades Miseria, 99. Véanse especialmente los capítulos ‘La traición del Estado’ e ‘Ilusiones de autoayuda’.

[5] Ante esta tensión es interesante considerar algunas notas  del caso de Chile. En el gobierno de Frei (64-70) se inició el programa ‘Operación Sitio’. En el gobierno de Pinochet (73-90) se implementó el programa de ‘Casetas Sanitarias’ (en ambos casos además de otros programas). La lógica que había detrás era de proveer por parte del Estado de aquello más costoso (urbanización y provisión de servicio de electricidad y agua potable) dejando el resto de la construcción de la casa a cargo de los propios habitantes. Un incansable predicador de esta modalidad ha sido el p. Josse van der Rest SJ, quien ha trabajado por años en la Fundación de Viviendas del HC (hoy Fundación Vivienda): su slogan era “es mejor una casa de madera ahora, que una más grande de albañilería en 10 años más”. Cf. J. Van der Rest S.J.J. López Vivanco, «Un hogar para los pobres». Se encuentra un relato de la inserción y acción social del P. Van der Rest en las callampas de Santiago de Chile en W. van Straaten, «Un barone nella callampa». A medida que las posibilidades económicas del país lo fueron permitiendo, se dio paso a nuevos tipo de soluciones que con un aporte mayor del Estado, ha mantenido la misma idea de base. Véase el caso más reciente de Elemental: A. Aravena, «ELEMENTAL».

[6] Resulta iluminador el libro de D. Naraya, «La voz de los pobres : ¿Hay alguien que nos escuche?» (ver), en el que se evalúa la opinión de beneficiarios de programas financiados por el Banco Mundial en distintos países. En Chile, la Fundación Paréntesis también ha editado un libro similar a partir de una experiencia de trabajo con adolescentes en contextos de pobreza y exclusión social. Cf. R. Hoyos – al., Nada Sobre Nosotros, Sin Nosotros. (ver)

[7] Además también se han favorecido otras modalidades de provisión de vivienda social distintas de la construcción de viviendas nuevas, en tanto las familias van creciendo y teniendo distintas necesidades específicas. Estas modalidades van desde la entrega de subsidios de arriendo, o en los que el Estado o entidad de gobierno local mantiene la propiedad y administración y asigna temporalmente la casa.

[8] Valga la prevención de que este apelativo dado por algunas autoridades chilenas a algunos barrios de la ciudad ha recibido fuertes críticas tanto por parte de académicos como de dirigentes de las comunidades así denominadas. Cf. F. Jiménez Cavieres, «Villa Francisco Coloane: vulneración del derecho a tenencia», 88-89. (ver)

[9] En Chile se le ha dado el nombre ‘Programa de Recuperación de Condominios Sociales Segunda Oportunidad’. Ver una evaluación de su primera implementación desde la perspectiva de los beneficiados en F. Delgado Valverde, Primer llamado 2013: programa de recuperación condominios sociales segunda oportunidad en Bajos de Mena, Santiago de Chile. (ver)

[10] Véase S.S. Fainstein, The Just City; D. Harvey, Social Justice and the City; D. Harvey, Rebel Cities. From the right to the city to the urban revolution.


[11] Puede verse una exposición detallada de la situación del derecho a la vivienda adecuada en Chile, junto a algunos ejemplos de iniciativas exitosas en A. RodríguezA. SugranyesP. Rodríguez, Con subsidio, sin derecho. La situación del derecho a una vivienda adecuada en Chile. (ver)